Tarde movida
Desperté con la sensación de que algo puntiagudo estaba clavándose en mi mejilla. Di un manotazo y me volví, sólo para sentirlo de nuevo, esta vez en mi costado. Solté un quejido, removiéndome hasta que la risa junto a mí me hizo abrir los ojos.
―¿Te pagan por hacerme cabrear, o solo lo haces por puro placer deportivo? ―pregunté con los ojos entornados hacia el radiante chico junto a mí.
Él se limitó a reír y luego a darme su sonrisa de puedo-jodidamente-volverte-loca-y-lo-sabes. Fruncí el ceño y, como toda buena niña malcriada, me crucé de brazos y le di la espalda. Lo siguiente que supe era que Dan había tirado de su brazo alrededor de mi cintura y, de algún modo misterioso, ahora estaba encima de él.
―¡Eres un idiota! ―insulté con los dientes apretados mientras me sacudía.
Bien, sí, lo admitía, no era para tanto. Pero estaba cansada y, por lo tanto, de mal humor. Apenas si había podido cerrar los ojos en toda la noche. Había sido una tortura. Cada vez que el sueño ganaba un centímetro de mi consciencia, mi corazón se detenía por su respiración en mi cuello. Cuando lograba empezar a dormirme, su mano acariciaba mi cintura. Y ni hablar de cuando se pegaba demasiado a mí...
No importaba lo que tuviera que hacer. Si quería conservar mi cordura, esto no podía volver a repetirse. NUNCA. Punto. Adiós.
―Ugh ―se quejó el chico debajo de mí, atrayendo de nuevo mi atención―, parece que alguien despertó en su versión orco.
Entorné aún más mis ojos ―si es que eso era posible― y usé mi mano libre ―la que no estaba aplastada entre ambos― para darle una palmada en la frente.
―¡Ya te he dicho que no me llames así! ―le grité, totalmente harta de ese apodo.
Según él, mi versión orco era la que hacía aparición cuando tenía mi periodo. No era gracioso, pero por alguna razón él se estaba riendo.
―¿Pero cómo quieres que te llame? Eres igual a uno ahora mismo...
―Ya basta, ¡me harté! ―dije decidida mientras me ponía de pie con dificultad.
Estaba cansada de que se burlara de mí. No iba a seguir aguantándome sus estupideces. Comencé a buscar mis zapatos, lista para marcharme.
―Hey, Rach
Todavía acostado, Dan tomo mi brazo, deteniéndome, mientras me observaba con el ceño fruncido.
―¿A dónde vas?
―¡A mi casa! ―solté liberando mi mano y dándome la vuelta para comenzar a caminar hacia la puerta.
No tenía mis zapatos y no tenía idea de donde estaban, pero, por ahora, todo lo que quería hacer era salir de esa habitación. Ni yo misma sabía por qué estaba tan molesta, pero no quería estar cerca de él ni un minuto más.
Puse mi mano sobre el picaporte y conseguí abrir un par de centímetros, cuando la mano de Dan pasó a un lado de mi cabeza y la cerró de golpe. Tomé una respiración profunda y me mantuve muy quieta ―sin soltar la manilla, ni volverme― mientras hablaba.
―Dan, déjame salir ―susurré
―Por Dios, Rach ―se quejó―, ni siquiera puedes salir así. ¿Te has visto siquiera? Sin importar cuál sea la verdad, todo el mundo va a pensar lo mismo cuando te vea
Bajé la vista y solté un gruñido al darme cuenta de que él tenía razón. No podía salir así. Sólo llevaba puesta una de sus camisetas y apenas si me cubría hasta la mitad del muslo. Debía vestirme. Ya tenía a suficientes vecinas entrometidas preguntando sobre si teníamos una relación, como para ahora andar por el vecindario dando un espectáculo como ese.
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25 días para recordar
Novela JuvenilMiré hacia al mar frente a nosotros, sintiendo como una sonrisa se extendía por mi rostro. En este lugar, y con Dan aquí, este momento se sentía bien. De hecho, se sentía increíble. ―Dan ―dije girando mi rostro en dirección a él. Me di cuenta de que...