Día 1: Sábado [1]

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El chico arrogante



La luz del día se filtró por las ventanas, cegándome por un segundo. Bostecé, y me estiré sobre la cama para desperezarme. Dormí como no lo había hecho en años. Sentía que había descansado el equivalente a cuatro vidas. Y tal vez lo había hecho, dado que cuando vi el reloj, marcaba las once cincuenta y cinco.

Las vacaciones eran lo máximo.

Me levanté de la cama con toda la lentitud del mundo y me metí en la ducha. Después de lavarme los dientes, arreglarme y vestirme, salí de mi habitación usando vestidito playero con mangas largas, que me llegaba un par de centímetros por encima de la mitad del muslo.

Al entrar en la cocina, encontré a mamá colocando una taza de café en mi puesto en la barra. El resto de mi desayuno también estaba ahí como siempre. Sonreí. Ella era definitivamente la mejor.

―Buenos días, Rach

―Buenos días, Ma ―tomé asiento y comencé a comer. ¡Dios bendiga los huevos con tocino! Esto era como el cielo― Gracias por esto ―alcé un pulgar en forma aprobatoria y ella rodó los ojos volviendo a la limpieza de los estantes― ¿cómo supiste que ya estaba despierta?

―Oí cuando cerraste la puerta del baño. Por cierto, debes ser más cuidadosa, las bisagras se van a caer un día de estos.

Sonreí tratando de parecer inocente. La delicadeza no era exactamente mi fuerte.

Después de terminar de comer, metí los platos en el lavavajillas y me fui a la sala, no muy segura que hacer ahora. Aunque lo intenté, no pude resistir la tentación de echar un vistazo por la ventana. Como era de esperarse, el auto de Dan no estaba ahí.

Me tiré sobre el sofá con un resoplido, y encendí la tele.

Ojalá estuvieran pasando algo bueno.

Después de unos minutos de zapping me encontré con Selfie y me reí de las locuras de Eliza hasta que el teléfono sonó y mamá contestó desde la cocina.

―¡Rachel es para ti!

―¡Bien, ya contesto! ―estiré mi brazo por encima de mi cabeza y tanteé la mesita a ciegas hasta que di con el escurridizo aparato. Me lo llevé a la oreja y no hablé hasta después de escuchar el "clic", que significaba que mamá ya había colgado― Hola, ¿quién habla?

―¿Quién crees que habla? ―una inconfundible voz masculina respondió.

―Richard

―¿Y tu celular?

―¿Qué con él? ―le bajé volumen a la tele extrañándome por su pregunta

―¿Por qué no lo contestas? ―me explicó― Te llamé y te dejé un montón de mensajes

―Yo...eh... ―Cerré los ojos tratando de recordar cuando fue la última vez que lo había visto. Los segundos pasaron y me di cuenta de que no sabía nada de él desde anoche, cuando estaba viendo la película con Dan y leí ese estúpido chiste del granjero. Comencé a buscar en entre los cojines con rapidez, sin encontrar nada hasta que decidí pasear mi mirada por el piso. El celular estaba ahí, junto a la pata del sofá, para mi maravillosa suerte, con la pantalla hacia arriba. Lo levanté y deslicé mis dedos para la clave. Tenía varias llamadas perdidas, muchos mensajes y un montón de notificaciones de la redes sociales―... lo siento, no lo escuché.

―Sí, por supuesto que no lo hiciste ―escuché su risa del otro lado de la línea y pude imaginarlo claramente rondando los ojos― Bueno, ya ábreme

25 días para recordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora