Día 5: Miércoles [1]

116 7 3
                                    

Madrugada agitada


―Rachel ―escuché que un susurro se abría paso a través de la bruma del sueño mientras algo acariciaba suavemente mi mejilla.

Sonreí y me acurruqué mejor. Esta almohada era especialmente cómoda.

―Rachel ―el susurro se repitió, pero continué ignorándolo.

Quería dormir un poco más.

De verdad estaba cómoda.

―Vamos, Rach, despierta

Fruncí el ceño. ¿Qué demonios tenía todo el mundo en contra del concepto de descanso? ¿Por qué no podía sólo seguir durmiendo en paz?

Abrí los ojos lentamente ―dispuesta a decirle unas cuantas cosas a este entrometido―, sólo para encontrarme con una oscuridad absoluta.

―Dios mío... ―murmuré empezando a entrar en pánico― creo que me quedé ciega...

Una risa que reconocería en cualquier parte resonó junto a mi oído, atrayendo me al presente.

―Dan...

―¿Sí? ―contestó dejando de reír

Mi cabeza ya comenzaba a aclararse un poco, pero aún no podía distinguir nada.

―¿Dónde estamos?

―En la sala, nos quedamos dormidos.

Los recuerdos de la tarde llegaron a mí, ayudándome a ubicarme, y entendí que eso que estaba usando de almohada era el brazo de Dan y, que tenía mi espalda recostada de su pecho y su mano en mi cintura. Tomé una respiración profunda, evitando jadear, y me separé poco a poco de él, lo más disimuladamente que pude. Sabía cómo terminaban este tipo de posiciones con los chicos, sobre todo cuando acababan de levantarse. Era algo instintivo y ya nos había ocurrido antes. Además, era lo último que mi confundida mente necesitaba en estos momentos.

―¿Qué hora es? ―pregunté mientras comenzaba a distinguir algunas cosas en la penumbra.

La luz de su celular hizo todo un poco más claro por un instante.

―2:30

―Ah, demonios ―murmuré incorporándome―. Y no le avisé a mamá que me quedaría.

―Pues imagino que a estas alturas ya lo habrá asumido

Dan se sentó también y encendió la lámpara, alumbrando el desastre sobre la mesa.

―Tenemos que arreglar esto ―dije

Él asintió.

Tomé una bolsa y comencé a recoger todos los empaques vacíos mientras Dan se encargaba de lo que había sobrado. Me di cuenta de que realmente había conseguido comida chatarra como para asesinar a un batallón.

―¿Qué es eso? ―pregunté señalando un par de post-it que estaban pegados junto al control remoto.

Dan los tomó.

―Uno es de Audrey, dice que tomó un paquete de galletas ―dijo poniendo los ojos en blanco―. El otro es de mamá: "Hay comida en la cocina por si tienen hambre. Vayan a la habitación cuando despierten."

Terminamos de ordenar la sala y, dado que ambos teníamos hambre de una verdadera cena, seguimos el consejo de Maggie y fuimos a la cocina. Aún medio adormilada, me acomodé en uno de los taburetes y dejé que Dan se encargara de los sándwiches. Como siempre, él fue muy generoso con las rodajas de queso, jamón, salami y tomate, así como con todos los tipos de salsa que se cruzaron en su camino. Mientras comía, los sabores bailaban en mi boca.

25 días para recordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora