Lo último que recuerdo es haberme puesto una sudadera de Eliot sobre el vestido y haberme acostado en su cama. Despertando lentamente, soy consciente de que debe ser muy tarde. El sol asoma por la ventana del cuarto de Eliot y me pega en los ojos. Hace frío y tengo la piel erizada. Torpemente, me incorporo y me levanto de la cama. Busco el servicio.
Al salir, voy en busca de Eliot, que está en la cocina preparando algo para comer.
—¿Cómo estás?
—Cansada y con un extraño boom en mi cabeza.
Se ríe.
—Te estoy preparando el desayuno.
—¿Pero qué hora es?
—Son las once. No es tan tarde como parece.
—Imaginaba que serían las tres de la tarde o algo así. ¿Qué es? —pregunto mirando hacia lo que cocina.
—Huevos revueltos —mi estómago ruge al oír estas palabras. Él se ríe de mí—. Diles que se calmen, que ya mismo va.
—¿Quién va a dónde? —digo totalmente perdida.
—La comida. Definitivamente, el alcohol no es para nada lo tuyo.
—Lo siento —digo intentando recordar todo lo que hice anoche.
—No te preocupes. Aunque no me gustaría volverte a ver así.
Asiento dando por concluido el tema. Desayunamos y después me acompaña a casa. Allí, me doy un largo baño mientras reflexiono. Entonces algo me viene a la mente. Estuve a punto de besarle, pero él me quitó la cara y me dijo algo. ¿Qué fue? "Cuando no estés borracha..." "Quiero que me beses cuando no estés borracha..." "Quiero que me beses cuando lo sientas, no cuando estés borracha." Eso fue. Dios mío. Qué vergüenza.
Pero Eliot es... es... no encuentro palabras. Si hubiera sido otro tío, se hubiera aprovechado de mí. Pero él hizo todo lo contrario, me paró los pies. No puedo estarle más agradecida. De lo contrario, mi primer beso ni lo recordaría. Hubiera sido un desastre.
El resto del día lo paso deambulando por toda la casa. No tengo ganas de hacer nada. Aún siento la presión en mi cabeza.
Hoy no está siendo un buen día. El sonido de la cafetera agudiza en mi cabeza, uniéndose a este ruido el de los clientes que no paran de chismorrear. Para colmo, Eliot no ha venido a clase y no sé nada de él desde que ayer me acompañó a casa. Dudo que esté enfadado, ya que ayer no se mostró así. No tendría sentido que dos días después sí esté enfadado.
En mitad de mis pensamientos, el sonido del violín proveniente de la calle me distrae cuando un cliente abre la puerta de la cafetería. Inmediatamente, mis ojos se desvían hacia el chico y de nuevo las mismas preguntas: ¿De qué me suena? ¿Dónde lo he visto antes?
Paso el resto de la tarde observándolo desde dentro. Cuando por fin termina mi turno, salgo con ansia del trabajo, pero en vez de ir rápidamente hacia el coche para llegar pronto a casa, me paro frente al violinista admirando su destreza y disfrutando el sonido. Busco en mi bolso algunas monedas sueltas y le echo una propina, a lo que él inmediatamente finaliza elegantemente la canción que tocaba y empieza a recoger. Yo, me quedo ahí mirándolo, como si no hubiera parado de tocar.
—Gracias —me dice al darse cuenta de que aún sigo ahí.
—¿Desde cuándo tocas? —curioseo.
—Desde hace demasiado tiempo como para dejarlo ahora —. Su respuesta me deja pensativa.
—Me gusta —suelto tras unos segundos.
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Acordes de amor y despedidas
JugendliteraturAlison lleva desde la adolescencia persiguiendo un sueño; un sueño que parece convertirse en imposible y decide abandonar, haciéndole esconder su pasado a sus nuevos amigos excepto a Drew, un chico que comparte su misma pasión y que intenta convence...