Capítulo 31. Los baños de un avión

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Natalia

He podido observar como David no ha apartado la mirada de mí ni un sólo segundo desde que bajamos del autobús. Ahora estamos sentados. Repito, sentados una vez que estamos dentro del avión. Me encuentro junto al lado de la ventanilla, en la parte izquierda de este, y con Jorge al lado sonriéndome de oreja a oreja. David se encuentra al otro lado junto a Elena y Yoel. David acabará odiando el viaje seguro. Supongo que Jorge está tratando de calmarme al sonreírme de la manera en la que lo hace, aunque sé que no lo conseguirá así y que todos sus intentos son y serán completamente inútiles. Las azafatas se encuentran dando la charla principal, esta que trata sobre abrocharse los cinturones, las bolsas, las mascarillas y demás cosas sobre los primeros auxilios a los que podemos acceder... Pero yo ni si quiera las estoy escuchando. Sólo veo como mueven las manos de un lado hacia otro, de arriba a abajo indicando.

—Nat no va a pasar nada... —susurra Jorge en mi oído—. El avión es el transporte más seguro que hay —asegura convencido de sí mismo.

Suelen decir eso. Suelen decir que el avión es el transporte más seguro pero yo pienso que no, porque si algo fallase en este ya vamos directos a la tumba todos los que vamos subidos en el. En mi cabeza no para de dar vueltas el hecho de que algo malo pueda suceder justo hoy y me hago la pregunta de para qué queremos tantos instrumentos salvavidas abordo. Si el avión se estrella, de nada nos iban a servir cada una de esas cosas.

—¿Y si algo falla? —pregunto zafándome con las dos manos al cinturón—. ¿Y si el avión se cae al vacío con nosotros dentro? —pregunto esta vez aún más nerviosa apretando con mucha fuerza el cinturón, el cual se encuentra rodeando mi cintura.

Puedo ver a través de la ventanilla como comenzamos a movernos. Puedo observar como cada vez comenzamos a coger más velocidad y noto como cada uno de los músculos que componen mi cuerpo comienzan a tensarse. Me obligo a apartar la mirada de la ventanilla, y la fijo sobre un punto en concreto. Mis manos comienzan a temblar, y mi respiración se agita sin control alguno, haciendo así que mi pecho suba y baje exageradamente. Una mano es posada sobre mi hombro izquierdo y al girar la cara hacia esa dirección, veo a Jorge mirándome bastante preocupado.

—¿Estás bien? —pregunta mientras da caricias sobre mi espalda trazando círculos.

No puedo contestarle, tengo un nudo en la garganta que me impide hacerlo, así que simplemente asiento repetidas veces con la cabeza. Puedo notar como el avión comienza a coger cada vez más y más velocidad. Echo un vistazo rápido hacia la ventanilla. En un abrir y cerrar de ojos todo lo que nos rodea desde el exterior pasa como si fuese a cámara rápida. Me lanzo a sujetarle la mano derecha a Jorge, que es la que le pillo más cerca, y con mucha fuerza le aprieto esta. Al igual hago cerrando los ojos, lo hago con la misma fuerza con la que le sujeto la mano derecha a Jorge. Cuando por fin me decido a abrir los ojos, pasado un tiempo el cual juraría que han sido unos largos minutos o al menos eso me ha parecido a mí. Me doy cuenta de que estamos volando. Me asomo por la ventanilla, pegándome todo lo posible a esta para poder observar y ver con detenimiento todo desde este ángulo. Es increíble, puedo ver como todo a nuestro alrededor es completamente diminuto.

—¡Dios Nat! —grita Jorge, pero hago caso omiso a este—. ¡Eres el increíble Hulk pero en versión femenina! —vuelve a gritar.

Salgo del pequeño trance en el que me encuentro cuando le vuelvo escuchar gritar. Estoy alucinada. Entonces cuando despego la mirada de la ventanilla consigo darme cuenta de que aún tengo sujeta su mano derecha.

—Me has destrozado la mano... —se queja sacudiendo esta unas cuántas veces.

—Perdón... —me disculpo riendo mientras analizo su antiguo comentario.

La primera vez con mi mejor amigo.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora