CAPÍTULO 11. ¿Debería recordar algo?

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Natalia

—¡David! —gritan

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—¡David! —gritan.

Ese grito es el que hace que despierte sobresaltada de inmediato.

Abro los ojos de sopetón, encontrándome de frente a David aún completamente dormido. No se ha inmutado en toda la santa noche, y el grito de ahora no iba a ser menos. Entonces escucho pasos a gran velocidad resonando una y otra vez dirigiéndose hacia aquí, hacia la habitación de David, y justo cuando voy a levantarme decido echarme atrás y olvidar esa idea. Lo único que soy capaz de hacer es echarme las sábanas por encima apretándolas contra mi cuerpo de una manera sobrenatural. No quiero que nadie vea que estoy medio desnuda.

La puerta se abre de repente, y acompañada de esto encienden la luz que acaba dejándome ciega por completo. Parpadeo un par de veces intentando por todos los medios ver con claridad, y cuando soy capaz de ver, localizo a la señora Fedez de brazos cruzados apoyada contra el marco de la puerta. Su ceño esta exageradamente fruncido, puedo notar cuan enfadada está ahora mismo y sé que a David le espera una buena por delante.

—Oh Natalia —murmura la señora Fedez con la mirada fija en mí.

Al principio pienso que va a volver a gritar como lo ha hecho antes, pero esta vez no lo hace. La señora Fedez está acostumbrada a vernos dormir juntos, y su anterior ceño fruncido ha pasado a estar completamente relajado.

—Buenos días cariño, despierta a David y bajar a desayunar. Yo no he visto nada de nada.

Dando pasos atrás vuelve a cerrar la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido y apaga la luz.

Siento mis pómulos arder. Ser pillada de infraganti no es nada cómodo. Quiero esconderme, o mejor aún, incluso salir por la ventana lo veo como una muy buena opción ahora. Tendría la ventaja de no tener que volver a tropezar con la señora Fedez, y tampoco tendría que responder a su multitud de preguntas, esas que me hace cada vez que me ve.

David comienza a moverse y a gruñir. De repente se gira de cara a mí, de manera que quedamos frente a frente. Alzo una de mis manos hasta alcanzar su mata de pelo rubio y comienzo a acariciárselo de delante hacia atrás. Poco a poco comienzo a tantear desde sus mejillas hasta su pecho y puedo notar como David irradia calor.

Sin previo aviso, una de sus manos se coloca en uno de mis hombros y va bajando con esta misma hasta dar con mi cintura y poco a poco más abajo hasta llegar al borde de mis bragas. Él comienza a hacer mohines indescifrables con la boca, y yo hago el intento por apartarme de él colocando ambas palmas de las manos sobre su pecho. Él arruga su nariz haciendo un mohín gracioso y a continuación abre los ojos de par en par.

—¡Dios Nat! —grita incorporándose rápidamente sobre el borde de la cama—. Yo no... No me digas qué... ¡Joder!

—No, no ha pasado nada David. Hemos dormido juntos, nada más... —murmuro.

La primera vez con mi mejor amigo.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora