Lo hermoso a veces es letal

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No te odio.

Por supuesto que no te odio. Pero conociéndote, estás completamente seguro de que te odio.

Las semanas fueron transcurriendo lentamente. Tú y yo continuamos haciendo nuestro trabajo en nuestros respectivos papeles. Yo seguía cobrando los cheques cada quince días, mamá no dejaba de trabajar arduamente, y tú nunca me dirigías la palabra. En la escuela simplemente nadie me notaba.

No era vida. Pero era algo.

Llego a la mansión por lo que parece ser la millonésima vez en mi vida, y encuentro un gran cúmulo de paquetes cerca de la puerta.

Son cajas de distintos tamaños, colores y formas. Al acercarme, logro leer que todas están dirigidas a la misma persona.

- ¿Ludwig Thomas?- Frunzo el ceño, tomando una de las cajas entre mis manos. La sacudo ligeramente, tratando de averiguar qué cosa contiene. No se me ocurre qué pueda ser.

- Vaya.- Dice uno de los mayordomos al verme.- Si tan curioso estás por ver esos obsequios, entonces supongo que querrás llevárselos a su dueño.

Gruño e inhalo profundo. Era obvio que a mí me tocaría cargar todas estas cosas.

No importa. El trabajo en el puerto te hace naturalmente fuerte, y en poco tiempo soy capaz de organizarme y llevar en mis brazos todos los regalos, logrando sólo hacer una vuelta.

Cuando llego al fin a la zona norte, estoy empapado en sudor, aunque he logrado mi propósito. Dejo las cajas en el suelo y toco con energía a la puerta blanca.

Ludwig Thomas abre la puerta de su habitación, y por lo que puedo ver desde aquí al interior de su cuarto, ha recibido muchos más regalos.

- Ahm...¿Feliz...cumpleaños?- Digo, haciendo que mis palabras suenen más a pregunta.

- Oh, gracias.- Ludwig clava su atención en los obsequios que yacen en el suelo.- Eres el primero que me felicita en persona este año.

Y después, no me ordena que meta las cajas dentro de su habitación. Se agacha y las empieza a meter una por una, apilándolas sobre otras que ya había recibido antes. Pero como me frustró ver todo lo que se tardaba, terminé ayudándolo.

- ¿Y todo esto son tus regalos de cumpleaños?- Pregunté, tratando de romper el hielo.

- Así es.- Ludwig terminó de acomodar el ultimo obsequio y se sentó sobre la alfombra blanca que tapizaba el suelo de su cuarto gigante. De donde vengo hay vecinos que no tienen suficiente dinero ni siquiera para darse el lujo de comprar un tapete grande.

- Wow. Tu familia debe ser muy considerada. La mía no me quiere tanto.

Ludwig me sonrió gentilmente.

- ¿En serio? Tampoco la mía.- Apunta hacia un lugar cerca de él y dice:- Ven, toma asiento.

- ¿Eh?- Alzo una ceja.- ¿Y porqué no se lo pides a otro mayordomo?

- Porque no se me permite hablar con mis sirvientes.- Él se cruza de brazos.- Pero tú no eres mi mayordomo, si no de Oliver. Así que toma asiento.

Supongo que debí haber rechazado la oferta. Debí haber hecho caso a las órdenes de Oliver, y no haberme acercado a su primo. Sin embargo, en ese momento sólo pude ver a un chico un poco menor que yo que estaba pasando su cumpleaños solo, en su cuarto.

A él le gustan los chicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora