La Cosa

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- ¿Y qué tal te fue con la madre de Erick?- Le pregunto al tío John durante la cena, esforzándome por cortar el filete de carne que hay sobre mi plato. Está mal cocinado. Veo que Ludwig Thomas se rinde y agarra el filete con las manos. Marlowe lo imita poco tiempo después. El tío John suelta un suspiro pesado y hace lo mismo que ellos.

A veces creo que soy adoptado.

- Es una persona agradable.- Dice papá.- Supongo.

- ¿Supones? Te veías emocionado.

- Estaba conmovido por su presencia, efectivamente.- Asiente el tío John, mirando un brócoli como si le causara profunda tristeza su existencia.

- ¿Y?- Me inclino hacia él y susurro:- ¿Le pediste su número o algo así?

- Me temo que esa mujer bien agraciada no es de mí interés.- Contesta, desanimado.

- ¿Qué? ¿Porqué?

El tío John me observa en silencio. Sé que se está preguntando si debería responderme. A pesar de que juró nunca escondernos la verdad de nuevo. A pesar de que sabe que me molestaré si rompe su promesa.

El tío John coloca en medio de la mesa su cena sin terminar y se pone de pié en silencio.

- Buenas noches, chicos.- Dice, sin dignarse a vernos a los ojos.- Que duerman bien.

- ¡Budnads nosheds!- Responde Ludwig Thomas con la boca llena, agitando la mano para despedirlo.

- Papá..- Lo llamo antes de que salga del comedor, pero él me ignora y continúa su camino sin girarse hacia mí. Me recuerda a esa valiente estrella solitaria que brilla sin compañeras en un cielo nocturno contaminado.

Dejo mi plato encima del plato del tío John para que las sirvientas lo recojan también. Me levanto, acomodo la silla, limpio mi parte proporcional de la mesa con una servilleta y me retiro a mi habitación.

***

Salvador se despertó. Tenía el corazón acelerado, la vista borrosa, las garras tensas. Sus alas cosquilleaban, indicándole que volara lejos de allí para ponerse a salvo.

Acababa de tener una pesadilla.
Soñó que se estaba ahogando. Que sus pulmones le fallaban.

Tuvo que luchar contra sus instintos para no huir de ahí a través de la ventana. Él era un hombre adulto, no un pajarraco tonto que se creía las mentiras que le contaba su mente. Estaba a salvo. Estaba a salvo.

No iba a morir. No. No iba a hacerlo. No todavía. Sólo había sido una pesadilla.

No puedo respirar bien. El susto debió de sacarme todo el aire. Quiso toser para deshacerse de la aspereza que sentía en la garganta, pero sólo consiguió graznar. Su graznido se escuchó débil e indefenso, como el de un cuervo enfermo. Tendría que comenzar a beber más agua si no quería enfermarse de verdad.

Oliver abrió la puerta de la habitación. Era obvio que se trataba de él. Ese muchacho nunca tocaba a la puerta. Y además, la habitación era suya. Claro que podía entrar sin tocar. Sin embargo, Salvador deseaba que lo hiciera. Así podría fingir por un momento que la habitación seguía siendo de él, como en los buenos viejos tiempos donde todos sus seres amados eran personas de carne y no recuerdos borros para contarle a los fantasmas.

A él le gustan los chicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora