Los fantasmas hablan sobre nosotros

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B se veía a sí misma como una mujer buena. Jamás había lastimado a ningún pobre animal, amaba a los niños pequeños, le cedía el asiento a los ancianos en el autobús, donaba toda su ropa vieja a la caridad y cuando un empleado le daba cambio de más en el súper mercado siempre regresaba la parte correspondiente.

Aunque claro, esa imagen suya se iba por el retrete cuando escuchaba los gritos de agonía de la gente a la que secuestraba.

Ah, bueno. Nadie es perfecto.

- ¡Hagan que guarden silencio!- Les ordenó a los adolescentes huérfanos que trabajaban para ella. Por alguna razón, todos y cada uno de ellos la veían con cara de Mamá. Eso le molestaba bastante. Ella no era tan grande como para tener aspecto maternal. No todavía.- Sus gritos me están taladrando el cerebro, por Dios. ¿A caso tengo que hacerlo todo yo?

- ¡No, por su puesto que no!- Exclamó una energética chica al lado suyo.- ¡Yo los silenciaré con gusto!

- Sí, como no.- Repuso otra niña con un aspecto muy poco higiénico.- Ella me hablaba a mí, no a ti. 

B tenía que admitir que le daba una gran ventaja el hecho de que todos esos niños la vieran como su mamá. Ningún de ellos tenía una propia, así que prácticamente se peleaban por complacerla a ella, la figura maternal más cercana.

- Pueden hacerlo ambas.- Les dijo B a las niñas, con el tono de voz más dulce que pudo fingir.- Sólo necesito que los callen. Y después podemos jugar Monopoly juntas. ¿Les parece buena idea?

Las niñas corrieron emocionadas hasta el otro extremo del edificio en ruinas, donde habían colocado la jaula en la que encerraban a la gente de sangre maldita que iban recolectando. El último mes había sido increíblemente calmado. Tanto, que esta vez sólo atraparon cuatro personas. B esperó que los demás grupos hubieran atrapado más gente. Después de todo, abandonarían la ciudad en menos de una semana. Lo que fueran a hacer lo tendrían que hacer ya, antes de retirarse.

- ¡Guarden silencio!- Les gritó una de las niñas con una voz irritantemente aguda. Las personas dentro de la jaula ahogaron un grito y se alejaron de la chiquilla lo más que pudieron, acumulados en una esquina.- Si siguen haciendo ruido vamos a llamar al ángel, y ustedes no quieren eso.

B desvió la mirada hacia su trabajo, aprovechando que la gente al fin se había callado. Estaba sentada enfrente de una mesa, y sobre esa mesa tenía la fotografía de cinco pubertos distintos. Dos chicas y tres chicos. Fernanda, Aurora, Liber, Marlowe y Kiyoko. Todos de diferentes edades y nacionalidades.

Pero todos ellos tenían algo en común. Eran traidores.

B alzó un cuchillo y lo encajó en la fotografía de Aurora, atravesando su cabeza. Eso debería provocarle una leve jaqueca.

Después tomó otro cuchillo y lo utilizó para atravesar el cuello de Kiyoko. El muchacho sonriente de la fotografía la observó hacerlo, y aún así no logró sentirse mal. Eso debería hacer que le den nauseas. Espero que se apresure a matar a su objetivo, no quisiera asesinar a alguien con tanto potencial.

Luego escogió otro cuchillo, uno bien brillante y afilado. Lo usó para apuñalar a Marlowe en el corazón. Eso debería de matarlo. Yo se lo advertí.

Una vez terminado su trabajo, llamó a las niñas, les ofreció galletas espolvoreadas y jugaron Monopoly.

***

A él le gustan los chicos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora