Todos pueden enamorar a una mujer. No sólo los lindos y atléticos.
Los gordos, los petisos, los pelados, los bizcos... Y también los gordos, petisos, pelados y bizcos.
El tema del enamoramiento no tiene que ver en su totalidad con lo físico, aunque no vamos a negar que si contamos con la ayuda de la madre naturaleza, se nos pueden simplificar algunas cosas.
Claro que a veces, la madre naturaleza más que madre parece la madrastra de los antiguos cuentos para niños y no nos provee de las mejores herramientas para impactar a simple vista.
Para enamorar a una mujer, de todas maneras, no es necesario ser un dios del Olimpo ni un galán de cine; pero tengamos en cuenta que todo lo que hagamos para mejorar físicamente lo que esté a nuestro alcance, sumará puntos a favor. Estás gordo. Ok. No hay problema. Los gordos también pueden enamorar a las mujeres perfectamente, pero ayudaría algo si te pusieras las pilas para adelgazar aunque sea un poco.
Si pesas 140 kilos y bajás a 130, tenés diez kilos más de posibilidades y así sucesivamente.
Si tu pelo es un quincho indomable y habitualmente te lavás la cabeza a la noche y al otro día te levantás y salís a la calle sin pasar siquiera por delante de un espejo, posiblemente también puedas enamorarla. Pero sería bueno que hables con algún peluquero de confianza y le digas: "Macho... ¿Qué puedo hacer con esto?"
Todo lo que sea para mejorar sirve.
Nunca están de más tres horitas semanales de gimnasio. Si estas tres horitas hacen que luzcas mejor físicamente, luego te vas a entusiasmar y en vez de tres van a ser seis. No hace falta ser un patovica. Ni a ganchos. Pero el gimnasio siempre ayuda, aunque sea a sacar un poco de lo que sobra y a agregar un poco de lo que falta. Y mucho cuidado con esas cosas que no se ven pero se huelen. Bañate.
No, no es que te esté tratando de sucio, pero es que a veces uno en el apuro del trajín diario puede cometer ciertos errores.
"Estoy apurado, se va a la mierda, total me bañé ayer".
Y ese día, cuando estás volviendo del laburo a las siete de la tarde, te la encontrás por ejemplo, esperando el ascensor en el hall de tu edificio.
Tenés breves segundos de viaje ascendente para que ella se lleve esa imagen positiva de vos que te acercará al objetivo anhelado.
Si en lugar de eso, lo que se lleva es tu baranda a dromedario, sonaste.
Nunca creas que un par de golpes de desodorante reemplazan a una buena ducha. Las mujeres son mucho más perceptivas que los hombres. Se va a apiolar.
Fundamental tener siempre a mano un paquetito de pastillas o chicles de menta.
¿Alguna vez viste algo más desagradable que una persona con mal aliento?
El mal aliento es mortal y ninguno de nosotros está exento de portarlo alguna vez. Y no alcanza con lavarse los dientes, más allá de que también sea importantísimo. Vos podés cepillarte los dientes, pero a las dos horas, ese cacho de milanesa que quedó atravesado en un inimaginable recoveco de la muela del juicio, hará que cualquier persona a la que le hables se pregunte: "Cuando este tipo come momia... ¿la pelará?"
De imaginar besarte, ni hablar; por supuesto. Todo lo que podamos mejorar, suma.
La caída del cabello, en el caso de que ésta aparezca, es un tema que nos preocupa y nos angustia más de lo necesario.
Ser pelado no es la muerte. Claro que cuando durante años creímos que nuestro cabello era una terrible arma de seducción y de repente un día lo vemos comenzar a irse de a poco por el desagüe de la bañera, quedarse en el peine o cayendo cual suave llovizna sobre el teclado de la computadora, nos queremos matar.
Esos malditos ascensores llenos de espejos y luces dicroicas que apuntan directamente al sitio más crítico de nuestra sabiola nos hacen bajar a la realidad, además de a la planta baja.
Lo mismo sucede cuando el amable peluquero quiere mostrarnos como nos quedó el corte en la parte de atrás y nos pone ese espejito redondo para que lo podamos apreciar. Qué bajón. Y encima, nos cobra.
La caída del cabello no es una traba para enamorar a ninguna mujer, mientras la llevemos estoicamente y con dignidad.
Nunca, pero nunca derivemos cabello que pertenece naturalmente a una zona de la cabeza a cubrir otra, a fuerza de peine o cepillo. Eso sí es desagradable. Lucí tu pelada con orgullo.
Sería como insultarte el detenerme a hablar sobre el uso del peluquín. Los hombres que lo usan no tienen amigos. Porque si los tuvieran, éstos los cagarían a palos y le tirarían el gato a la mierda. Cualquier emparche se nota y queda mal. Muy mal. De última, si tanto te jode, rapate y listo.
"Soy pelado, pero porque quiero" sería el lema.
Y tal vez vos, que cuando tenías pelo creías que eras una especie de Sansón, terminás gustando más que antes.