9.-Prologo de los lamentos

45 0 0
                                    

El tiempo recorrió mi piel tirando de la carroza escarlata mientras está dibujaba una linea a su paso, la sangre, la mugre, el dolor. Abrí los ojos y vislumbre el tenue cielo de entre la espiral testigo de un enfrentamiento marcada por la persecución. Cerré los ojos.


"El edén..." reverberó en mis adentros. Una efervescencia brotaba de entre mis heridas coagulando la mente y mi pensamiento crónico estaba en pausa. Vestigios de ciudades pasadas, diez, cincuenta, cien, quinientos años atrás cuando el botón aún no florecía. Cuando los hombres no conocían mi nombre. Cuando aún no era madre y vivía como hija. Como un diente de león sacudido por la brisa. Abrí los ojos y mi cuerpo flotaba en un mar de aire gélido y aguas dulces, cristalino, todo era tan cristalino. Cerré los ojos.


Ardor, mi mejilla ardía con la intensidad de una vara ígnea sobre la carne. Una gota de lluvia había caído y su pureza carcomía mi pecaminoso ser. Percibí el arribó de su manada precipitándose al todo, a la madera torcida y la roca cedida. Cerré los ojos.


Mi cabello revoloteaba y dibujaba espirales en el cielo entre las nubes, el aire imperceptible lo sacudía todo desordenando y acomodando el mundo ante mis ojos. Ahí fue donde la belleza se manifestó frente a mi. El ocaso más brillante con el augurio ensimismado en una esfera blanca con una aureola dorada levitaba distorsionando el norte y el sur, la noción del arriba y abajo. "Marianas" escuche a lo lejos y pude focalizar el sonido como una honda acuática que se acercaba hacia mi y penetraba mi cuerpo para después atravesarme y salir sin más. Vi otra honda, "¡Marianas!" ahora con más fuerza.Mi cuerpo comenzó a flotar como una muñeca de trapo y tras alcanzar el cielo, lo desgarre con mis pechos por delante y las puntas de mis dedos siguiéndome. Abandone una esfera color turquesa y levite hasta una nada obscura y amplia. El cosmos me envolvía y me difuminaba con él y él con migo.Abrí los ojos y estaba en un cuarto juvenil, imágenes de agrupaciones musicales reposaban en las paredes y unas luces de navidad adornaban el arco de la cama. Ladee mi cabeza y vi el resto del cuarto. Estaba recostada en la cama con mis heridas vendadas y una toalla húmeda en mi cabeza. La puerta se abrió y entro un joven que apenas reconozco.


El joven se sentó al lado mío, con las rodillas muy juntas y un vaso a medio llenar de agua. El chico juntaba saliva para hablarme, pero el coraje fuera de impulsarlo lo asfixiaba entrecortando su respiración.
-Yo quería llevarte al hospital, es solo que...- Dijo ligeramente agitado.

Me miró de la cabeza hasta mis desnudos pies, me veía asombrado pero también sin reconocerme.

-¿Que eres?.- Me pregunto casi escupiendolo, como si la duda lo atragantara.

Recline mi cabeza y mire el techo. Ahora le recuerdo es un conocido común, un humano cualquiera que servia de guardia por las noches del reloj que recurrente visitaba. No se que decir y mi inventiva esta por los suelos para elaborar una historia, y el chico había dado con la pregunta correcta empezando con "que" y no con "quien" era yo. 

-Vende tus heridas, pero no tardaron más de medio día en cerrarse solas. Puedes mirarlas.- Bebió de su vaso. 

No necesito ver nada, se de lo que es capaz mi cuerpo.

-¿Que te paso?.-Pregunto insistente.
-Fui atacada.
-¿Por quien?
-Sigo pensando en eso.- Dije cortante.
-¿Puedo ayudarte en algo?.

Sin querer ser grosera se me escapa un bufido, más parecido a una risa pequeña incrédula. Pero, lo miro y no puedo evitar creer que el universo me ha enviado un pequeño confidente.



MarianasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora