Capítulo 19. De vuelta a casa

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En los días que siguieron, Perséfone y Alejandro no se dirigieron la palabra. Alejandro salió por fin de las bodegas al segundo día, pero Perséfone se los pasó encerrada en el camarote del que sólo salía para comer.

Una noche, llegaron a un puerto portugués cercano a Galicia y Perséfone decidió bajar ahí. Los piratas la miraban con tristeza, se encontraban todos en la toldilla. Alejandro había entrado en el camarote tras detener el barco y no daba muestras de querer salir a despedirse de Perséfone.

-Quiero que sepáis que me lo he pasado muy bien con vosotros, que para mi sois unos grandísimos piratas y... que nos os olvidaré nunca-les dijo Perséfone con ojos llorosos.

-Nosotros nunca te olvidaremos, Per-prometió Barriga de Oso guiñándole un ojo.

-Siempre recordaremos como venciste a Oruç-le dijo Cortés.

-Sin cañón alguno-señaló Dragón.

-El que nos ayudaras a resolver los enigmas-dijo Profundo.

-O nuestra aventura en Granada y en Grecia-le dijo Cacín.

-No volveré a matar a ningún pájaro para conseguir sus plumas-le aseguró El Plumas-. Siempre usaremos el método de la comida, ¿verdad, Pies?

-Sí, de verdad-asintió Pies Largos mirando a Perséfone.

-No olvides nuestras fiestas y la canción del pirata-le pidió Ocho-. De esta manera siempre estarás un poco más cerca de nosotros

-Ni tu esgrima-dijo Amarillo-. Nunca se sabe cuándo puede ser útil.

-Tú...tú siempre serás mi chica preferida, Per-le dijo Sacul y se acercó para abrazarla. Después, se separó pasándose los dedos por los ojos:- Vaya, parece que me ha entrado sal en los ojos.

-A mí también-dijo Pies Largos enjugándose la cara.

-Bueno...hasta otra-se despidió Perséfone. Suspiró, los observó una vez más y, antes de bajar por la toldilla, dijo:- Decidle a Alejandro que...que...tampoco lo olvidaré a él.

Una vez en el puerto, después de mirar como Pegaso se alejaba, Perséfone buscó al oficial quien resultó ser un hombre bonachón y amable. En seguida supo quien era ella y se encargó de avisar al puerto de Rísoen de que por fin había aparecido.

Fue muy emocionante el reencontrarse con sus padres. No dejaron de abrazarla y besarla durante mucho tiempo, no podían creer que la hubiesen encontrado sana y salva. Agradecieron al oficial el que la hubiese ayudado y dieron su recompensa a él. Más tarde, con el barco de sus padres, regresó a casa.

-Hija mía, cuanto me alegro de volver a verte en casa-le decía su madre ya en la habitación de Perséfone después de que ésta se aseara y se pusiera el camisón-. Creí que no volvería a tenerte conmigo.

-Yo también estoy muy feliz de estar contigo. Pero no estés triste-le dijo Perséfone al verla llorar.

-Es de felicidad, hija-le dijo su madre quien volvió a abrazarla-. Ahora a olvidar todo lo malo. Mañana será un día muchísimo mejor que los anteriores.

-Claro-aún no había contado nada a sus padres sobre los piratas, esperaría a mañana.

Su madre la besó en la mejilla, le acarició el pelo y se fue de su habitación. Perséfone se tumbó en la cama. Por fin, estaba en casa y se alegraba muchísimo de estar con sus padres, verles felices. Pero, aún así, esa felicidad no lograba llenar el hueco que sentía en su pecho.

A la mañana siguiente, la luz del sol la despertó. Al principio tuvo la fugaz creencia de encontrarse en el camarote de Pegaso, incluso le pareció notar el mecer de las olas. Por un segundo, le sorprendió encontrarse en su habitación. Perséfone se incorporó y miró su habitación sin verla verdaderamente. Todo parecía haber sido un sueño. ¿De verdad había pasado las últimas semanas en un barco pirata? ¿De verdad había tenido amigos piratas? ¿De verdad había ido tras las pistas de un tesoro? ¿De verdad había visitado tantos lugares y vivido tantas aventuras? ¿De verdad... de verdad había conocido a Alejandro? Perséfone hundió la cara entre las sábanas de su cama y lloró en silencio. De repente, alguien irrumpió en su habitación. Levantó la cara y vio a Belinda.

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