Capítulo 7. Ser diferente

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-¡Tierra! ¡Diviso tierra!- gritaba Profundo desde la cofa del vigía la noche del día siguiente.

Alejandro se asomó a la barandilla del castillo de proa para ver mejor. Podía ver la tierra gracias a las luces que había sobre ella.

-No nos acerquemos mucho. Naveguemos en paralelo para observar el puerto-ordenó Alejandro mientras bajaba al castillo de proa para dirigirse aprisa hacia la toldilla para coger el timón.

Una vez observado, se acercaron al puerto y anclaron el barco algo alejado del resto. Alejandro dio instrucciones a aquellos que se quedaban.

-Moved a Pegaso de vez en cuando para que no sospechen por su permanencia aquí. Es decir, os alejáis del puerto, os vais a otro...cosas así-le explicó Alejandro-. Dadnos cuatro días. Si al cuarto día no hemos llegado, marchaos de aquí, sabréis que nos han cogido...cosa que dudo que ocurra.

-Bueno, ya veremos, Alejandro-dijo Barriga de Oso-. Si vemos que tardáis, esperaremos un poco más. A nosotros no nos importa esperar, ¿verdad, chicos?

-Claro que no-dijo Sacul y luego añadió guiñando un ojo a Perséfone:- Te esperaré lo que haga falta, Per.

- Puedes esperarla sentado porque Per se queda en Granada-repuso Alejandro.

-¿Qué?-dijeron los piratas a la vez.

-¿Te vas? ¿No te quedas con nosotros?-preguntó Cacín.

-Pero si nos caes muy bien-le dijo Sacul-. Te traeré siempre el desayuno si te quedas.

-¿Por qué te vas?-le preguntó Amarillo.

-Ha sido agradable estar con vosotros, pero debo quedarme en Granada-les explicó Perséfone-. Mi sitio no está en la mar.

-Te echaremos de menos, Per-le dijo Barriga de Oso dándole la mano.

Todos se pusieron a su alrededor para darle la mano. Todos menos Alejandro, quien chasqueó la lengua algo molesto y dijo:

-Basta, dejadla. Nos tenemos que ir. ¡Vamos! Pongámonos en marcha.

Cortés, Cacín, Pies Largos, Ocho, El Plumas y Perséfone lo siguieron por la escala que bajaba hasta el muelle y abandonaron el barco.

El grupo se adentro en el pueblo perteneciente al puerto y logró robar una carreta frente a una taberna que cargaba con paja y en la que estaba atado un caballo. Ocho se sentó a las riendas junto a Cacín, y el resto se libró de la paja y se sentó en la parte de atrás.

-Esto es horrible ¡He robado!-iba diciendo Perséfone arrepentida.

- Si tú apenas has participado-repuso Alejandro-, no te han visto.

-Es mejor que te dirijas hacia el camino de las montañas- aconsejó Cacín a Ocho-. Parece subir pero luego bajas hasta llano y después es todo campo, bosques, ríos...

El grupo estuvo en marcha toda la noche. Cuando estaba amaneciendo, ya habían dejado las montañas e iban por un tortuoso sendero que atravesaba un bosque.

-Párate cuando veas un río, Ocho-dijo Cortés pasado el mediodía-. Estoy sediento.

-Sí, será lo mejor-coincidió Alejandro.

El río no apareció hasta tres horas más tarde. Lo vieron entre los árboles del bosque a la izquierda del sendero. Introdujeron la carreta entre los árboles y la estacionaron cerca del río. Todos bajaron rápidamente para beber agua y mojarse un poco la cara.

-Qué raro ha sido notarla dulce-comentó Alejandro y los demás asintieron, menos Perséfone quien se alegraba mucho de saborear agua normal-. ¿Aún queda mucho, Cacín?

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