Capítulo 11. El regreso de Oruç

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Cuando estuvieron en las afueras de Atenas, se despidieron del anciano dándoles las gracias entre abrazos y palmadas en la espalda. Amarillo le dio como agradecimiento un trozo de oro que había arrancado de la túnica de la estatua de Atenea que había en el templo de los centauros. El anciano se puso realmente contento.

Después de unas cuantas horas de camino, mientras hablaban sobre su aventura en la Acrópolis, por fin llegaron al barco. Habían dejado la escala echada para poder subir cuando volvieran. Cuando hubieron subido todos al barco, se pusieron de nuevo en funcionamiento, volviendo a navegar sobre las aguas del mediterráneo, pero esta vez, rumbo oeste.

Los piratas viajaban más contentos que antes pues ya faltaba menos para conseguir el tesoro de Dybá. El papel que llevaba Alejandro en las manos era un verdadero mapa y no un poema, contenía la típica equis, líneas intermitentes y un punto de partida o final que parecía ser una torre. Aunque estaba muy mal dibujado.

-Parece que lo ha hecho un crío- comentó Barriga de Oso.

-¿Otra torre?-dijo El Plumas. Todos, menos Profundo, se encontraban en cubierta.

-¿Es una torre? Creí que era un sombrero-dijo Amarillo.

-Parece que a Dybá le gustaban las alturas-opinó Cortés.

-Y eso no parece Galicia-opinó Perséfone-. Creí que en el tercer párrafo se refería a Galicia como su tierra natal.

-No. Si dice tierra natal como el pirata Dybá, entonces se refiere a la India-le explicó Barriga de Oso.

-¡Capitán!-gritó Profundo-. ¡Es él! ¡Es Oruç!

-¿Qué? No puede ser-dijo Alejandro subiendo al castillo de proa rápidamente para poder mirar hacia donde miraba Profundo desde la cofa-. Profundo, ese no es su barco. No es él

-¿Quién es Oruç?-preguntó Perséfone al ver que todos se habían alterado un poco, pero no obtuvo respuesta.

-Sí, es él, capitán. Lo puedo ver con mi catalejo desde aquí-le contradijo Profundo gritando desde la cofa mirando a través del catalejo-. Habrá conseguido otro barco. Lo puedo ver. Está en el castillo de proa. De hecho, está mirando hacia aquí.

-Mierda-maldijo Alejandro volviéndose y bajando rápidamente las escaleras hasta la cubierta-. ¡Baja de ahí Profundo, eres un blanco fácil!

-¿Qué hacemos, capitán?-preguntaron algunos algo preocupados.

-¿Nos preparamos para un ataque?-preguntó Dragón.

-No, eso no-dijo Alejandro mientras se paseaba por la cubierta pensando-. Podemos esquivarle. El problema es que nos seguirá y, tarde o temprano, nos acabará cogiendo.

-Entonces, ¿qué hacemos?-preguntó Barriga de Oso.

-Si pudiéramos detenerle o atrasarle lo suficiente para perderlo, sería genial-dijo Alejandro deteniéndose frente al cañón. Entonces, miró el mástil mayor y se le ocurrió un plan-. ¡Ya sé! Necesitamos una cuerda y a varios de nosotros. Vamos a atarla a la punta del cañón y tirar de éste para que quede algo elevado, ayudándonos también de la barandilla de cubierta-miró a Dragón-. ¿Sabes lo que quiero decir? ¿Podrás hacerlo?

-Claro que sí-respondió Dragón excitado-. Va a ser genial

-Pues movámonos, no hay tiempo que perder-alentó Alejandro con una palmada-. Cuando terminéis, coged vuestras espadas porque tendremos que estar frente a ellos unos segundos.

Los piratas se dispersaron enseguida por todo el barco en busca de una cuerda de la bodega y siguieron instrucciones de Dragón para mover el cañón.

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