IV
«El hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma. »
—Marcel Prévost.Gracias a la señorita Grace me había quedado hasta tarde en casa de Annie. Y ni siquiera habíamos terminado la tarea, comiendo el pastel y toda la comida que nos había hecho. ¿Cómo es que Annie no engordaba ni un gramo comiendo todo eso? Su mamá solo se había excusado diciendo que estaba muy feliz de que Annie llevara finalmente una amiga a casa después de tanto tiempo.
Vi la cara de Annie cuando la señorita Grace dijo eso y me sentí mal, así que agradecí por la comida y la elogié en exceso hasta que terminé de engullir todo. El papá de Annie había llegado en la tarde y al fin supe de dónde había sacado el Narciso su "tan agradable" mirada de muerte. Sin embargo, contra todo pronóstico, el señor Warrior resultó ser muy amable. Bastante perturbador con esa mirada que decía "morirás antes de tocar el suelo". Pero incluso se había ofrecido a llevarme cuando Jessie se reusó a subir de nuevo en un auto conmigo. Bah. Debía ser yo la ofendida, no ese matón.
Cuando llegué a casa era tarde, así que solo saludé a mis padres y me metí en la ducha. Resulta que el tío Miguel me había mandado un regalo por paquetería y quería que lo abriera delante de él, pero como estaba con Annie le dijo a mamá que igual lo abriera. Ya hablaríamos la próxima semana.
Fui a mi cuarto y ahí estaba, una caja de cartón mediana con estampillas. De inmediato la abrí con mis tijeras sin perder el tiempo. Dentro había una nota pequeña que decía "Para nuestra ayudante, de tus tíos Miguel y Ana. P. D.: Más de tu tío, renacuaja". Reí un poco y quité los papeles con cuidado: con mis tíos nunca se sabía. Y no, no me imaginé que habría una navaja suiza, unos guantes de estrellas y un nuevo paraguas pequeño. Cada tres meses me mandaban un paraguas, eso era lo único habitual.
Sonreí, lanzando todo a mi mochila. A como estaba el clima en Aberfeldy, nunca estaba de más llevar paraguas y guantes a todas partes. Solo esperaba que nadie se diera cuenta de la navaja en el bolsillo lateral.
Estaba realmente agotada y mañana apenas sería miércoles, así que dejé el libro que estaba leyendo en mi mochila para leerlo después en el colegio y me quedé dormida.
Mi celular sonó. Maldije a todo, incluso a mí, por poner ese timbre tan ruidoso que no me dejaba ignorarlo y seguir durmiendo. ¿Quién demonios es a esta hora? De todas formas, ¿qué hora era? Abrí los ojos con bastante esfuerzo y miré el reloj arriba de la televisión. La 1: 23 de la mañana. Arg. ¿En serio? Gruñí con molestia y contesté.
—¿Sí?
—¿Victoria? —susurró una vocecilla del otro lado de la línea.
—¿Annie? ¿Eres tú? —pregunté, viendo el identificador de llamadas. En efecto, era ella.
—Sí —volvió a susurrar.
—¿Qué pasa? —bostecé, cerrando los ojos, medio dormida.
—El libro brilla —chilló, sin dejar de susurrar. ¿Cómo hacía eso? Es decir, era como especie de paradoja porque...
Espera. Qué.
—¿Qué?
—¡El libro brilla! —esta vez elevó un poco la voz. Escuché cómo tiraba algo al suelo y maldecía. Oh, no sabía que ella sabía maldecir así de bien.
—¿Cómo que el libro brilla? ¿Qué libro? ¿De qué me estás hablando?
—¡El libro! —chilló—. Ese feo que dijiste que tenía moho... ¡está brillando! Sale luz de él, ¡brilla!
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No lo leas, Vi
FantasyVictoria Reyes sabe una cosa: es difícil vivir fuera de tu zona de confort. Pero es más difícil hacer amigos si te pasas la vida con la cabeza metida en un libro. Sí, su único amigo es el bibliotecario de su escuela. Sí, está a un paso de regresar...