XIV

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"Déjenme seguir aquí durmiendo
que si despierto él ya no estará."

— De sueños, Denise Márquez

Sentía como si me hubiese tragado y escupido una ballena y luego unos canguros hubiesen bailado tap sobre mí. O bueno, al menos así suponía que se sentía cuando eso pasaba. Gruñí, ni siquiera podía pensar con claridad, todo se sentía... extraño.

Vacío.

No podía abrir los ojos de lo pesado que sentía los párpados pero sabía que estaba bien; podía sentir la suave cama debajo de mí, la seda arropándome y vistiéndome... ¿Vis... vistiéndome?

Abrí los ojos de golpe topándome con la suave luz que se colaba por las altas ventanas frente a la cama. Entrecerré los ojos alzando las sábanas solo para darme cuenta de la terrible barbarie... Alguien me había quitado mi ropa. Dios mío, alguien me había visto desnuda... Para ponerme un vestido largo y verde de seda que me quedaba un poco grande del pecho y que, curiosamente, me recordó al de Fiona. Solo me faltaba a mí ser verde y sería un gran disfraz para Halloween. Me eché a reír de lo tonto de mi pensamiento pero pronto esa risa se marchitó cuando recordé por qué rayos estaba ahí.

Suspiré.

¿Cuándo aprenderás, Victoria, a callarte de una vez? Si es que mi mamá decía que desde niña era una mentirosa de primera. Aunque debo admitir que mis últimas mentiras habían sido tan al azar y sin sentido que me sorprendía que siquiera los caballeros esos las creyeran. Es decir, mi primita de ocho años hubiese dicho algo mejor que solo hacer que quienes te confunden con una princesa se disculpen y dejen a tus posibles captores así nada más. Es decir, ¿tenía sentido eso? Claro que no. Sin embargo, entendía por qué los caballeros habían acatado la orden —al menos la segunda— que les había dado casi sin chistar. No se desobedecía a gente de la realeza, mucho menos al rey. Y si, como habían dicho, el rey era mi supuesto hermano y había ordenado mi búsqueda y captura, ellos tenían que acatar la orden.

Volví a suspirar, notando el persistente ardor en mí. Suponía que me había acostumbrado a la distancia de Jiro un poco, pues había logrado despertarme, sin embargo, me sentía de alguna forma... Triste, como si algo faltara. Además, cada que recordaba la última mirada que me había dirigido hacía que punzara de dolor mi pecho.

Quería creer que era por el beso y la maldición que eventualmente me mataría, según Spica y Jiro. Podía sentir el dolor de cabeza aproximándose y cerré los ojos, el cansancio llegando a mí como una ola, desorientándome. Quizá... solo quizá... debería dormir un poco más...

Cuando volví a abrir los ojos ya era de noche. Había una bandeja con alimentos en el pequeño buró a mi izquierda, dos vasos de agua y una florecita blanca que de inmediato me dio alergia y tuve que levantarme para mover a otro lado después de estornudar varias veces. Cuando estaba en ello pude ver una pintura de tamaño mediano, con un marco sencillo y nada extravagante al lado del espejo. La chica en la pintura me devolvía una pequeña sonrisa de lado y una mirada vacía que me dejó helada.

Era yo.

La chica... en el retrato... Era tan parecida a mí que un escalofrío me recorrió cuando toqué la pintura con dedos temblorosos; los trazos tan finos del cabello lacio, de las mejillas redondas y los ojos demasiado grandes. Todo era tan similar que al verme al espejo me mareé y tuve que tomar asiento en una esquina de la cama, mis manos abrazando mis rodillas.

¿Qué demonios estaba pasando aquí?

Jiro

Se había marchado... Esa niña... Pude ver, pude sentir, que estaba realmente asustada y aun así se había ido. ¿Por qué? ¿Qué pretendía? ¿Salvarse? ¿Ayudarnos? No lograba entenderla. Y era sumamente frustrante.

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⏰ Última actualización: Mar 16, 2017 ⏰

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