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«Un día leí un libro y toda mi vida cambió».

Orhan Pamuk

Es gracioso (y sumamente cruel y estúpido) que justo cuando crees que las cosas no están tan mal algo te golpea en el rostro para devolverte a la realidad.

O en mi caso, en los labios.

—¿Qué nosotros dos qué? —grité, mis ojos fuera de sus órbitas.

Verán, cuando creí que Dios, el universo, el karma, o en lo que en ustedes crean no podía hacerme las cosas más difíciles, pasa esto. Recapitulemos.

Jiro estaba a mi lado, su cabello cubriendo su rostro, nuestras manos entrelazadas mientras tratábamos de calmar nuestras respiraciones. No sabía por qué pero me sentía mejor de esta forma, así que solo me solté de su agarre cuando el ambiente se tornó más incómodo de lo que podía soportar. Y, créeme, eso es decir mucho. Ignoré el hecho de que Jiro aun buscaba mi mano, pero yo la tenía bien resguardada en mi regazo. Parpadeé un par de veces hacia Rupert y alcé las manos, declarándome inocente de la mejor forma posible.

—No es lo que parece.

Bueno, quizá no de la mejor.

—¿En serio? ¿Y qué es lo que parece? —se burló el bibliotecario, una mano bajo su barbilla. Demonios, casi sentía como si fuera mi padre el que me lo decía, por lo que luché de verdad para no sonrojarme. Y fallé miserablemente.

—Ya sabes lo que parece, pero no es lo que parece porque si fuera lo que parece entonces estaría más mortificada de lo que parezco y eso siendo que pare...

—Arg, silencio —soltó Jiro, sus ojos entrecerrándose al verme. Le saqué la lengua y me crucé de brazos como toda la adulta que no soy.

—Que les diga entonces él, que pa-re-ce como si quisiera hablar, después de todo —bufé, tratando de desviar la atención de mí. Y es que Annie me miraba emocionada y su hermano con una expresión en blanco que... Bueno, no se diferenciaba mucho de su habitual expresión, pero igual me hacía querer esconderme en un hoyo como si hubiera hecho más que solo tomarle la mano a un chico... hombre lo que sea.

Sin embargo, Jiro solo abrió y cerró la boca, sin decir nada igual que hacía unos momentos. Su rostro reflejaba angustia y algo que no sabía identificar... Una chispa de... ¿Qué era? ¿Esperanza? Nah, figuraciones mías.

—Yo...

—Él besó al duendecillo —soltó Spica, su rostro pequeño extrañamente lucía enfadado—. No debió haberlo hecho. ¡No!

—¿Por qué no? —preguntó Rupert, detrás de él estaba Annie con sus ojos brillantes levantando un pulgar en aprobación para mí. Oh, Dios.

—Porque pobre hombre, hermana, es decir, ella está más que loca... —habló Jessie, su voz cargada de burla. Le enseñé el dedo medio, mi rostro imitando su inexpresividad.

—No —negó Spica, cruzando miradas con el ninja. Era curioso como el siempre alegre Spica parecía estar regañando con dureza al gran guerrero. Y más porque, vamos, era un ave muy linda...—. Ahora ella estará ligada a él para siempre.

Un ave muy...

Espera, ¿qué?

—¿Qué? —exclamó Annie, sus ojos como platos. Podría decir que todos estábamos así a excepción de Jiro y Spica—. ¿Cómo que ligados?

—Sí, ¿cómo que ligados? —repetí, mi voz de repente más chillona de lo usual. Spica encogió un poco sus alas.

—Es... —Jiro habló, sacudiendo la cabeza. Se sentó al lado de Spica, que no lo miraba. Realmente parecía furioso—. Hace algunos años una hechicera me maldijo —suspiró, negando con la cabeza—. En resumen, mi castigo fue no poder tener un beso más o, si lo hacía, la persona quedaría atada a mí.

No lo leas, ViDonde viven las historias. Descúbrelo ahora