VI

62 9 12
                                    


«La realidad es aquello que, incluso aunque dejas de creer en ello, no desaparece.»

—Philip K. Dick.

—¿Acaso estás loca? —preguntó Warrior furioso, luego se detuvo y asintió como para sí—. Sí, sí lo estás. Pero no creía que tanto.

Un insulto más al saco, escocés.

Me había arrastrado a un lado junto con Rupert luego del favor que le había pedido al ave parlante y al ninja raro. Lo bueno era que estos últimos habían aceptado esperar mientras nosotros discutíamos los pros y los contras de mi decisión tranquilamente. Sí, claro, y una mierda. Ni Jessie ni Rupert me habían dejado explicarme en los más de diez minutos que habían estado gritoneándome por ser tan impulsiva en mis decisiones.

—Bien, moléstense conmigo por tratar de hacer algo para sacarnos de este hoyo de locos —me crucé de brazos, frustrada. Admitía que el haber pedido un favor a un completo extraño que bien podría matarnos y a su ave que se hacía invisible, no había sido lo mejor, pero vamos, ¡al menos intentaba ayudar! Si fuera por ellos todavía estuviera Spica sacándonos los ojos con sus garras.

—No se sale de un hoyo cavando más —masculló Warrior con ironía.

—Solo no creo que lo más conveniente sea pedir su ayuda —habló esta vez Rupert ya más calmado, apuntando con la cabeza hacia el ninja que se había sentado con la espalda recargada en un árbol en la linde del bosque a unos metros de nosotros. Seguía con esa expresión indiferente en su rostro, viendo volar a Spica con tranquilidad—. No parecen confiables.

—Vaya desconfiado que resultaste ser —murmuré aún con actitud osca y es que seguía teniendo hambre, y normalmente tener hambre no me ponía de muy buen humor, así que saqué uno de los chocolates que tenía conmigo y comencé a comerlo, sentándome entre las florecillas silvestres y tratando de ignorar olímpicamente tanto a Warrior como a mi supuesto amigo cuarentón. Ambos seguían discutiendo como si yo no estuviera ahí.

Casi cuando iba a terminar de comer, Spica descendió a mi lado y me miró como un cachorro miraría a su dueño, solo que con más curiosidad que hambre.

—¿Quieres? —ofrecí lo último, estirando mi mano hacia él. El ave lo picoteó un poco primero y luego lo comió entero en un parpadeo. Aleteó feliz hacia mí y se posó en mi hombro, frotando su cabeza emplumada en mi cabello. Qué... curioso.

—¡Eso estaba delicioso, duendecillo! ¿Qué era? —preguntó a dos centímetros de mi rostro, bastante emocionado.

—Uh, ¿un hershey de almendras? —me encogí de hombros y guardé la envoltura de nuevo en mi bolso, donde tenía un par más de golosinas y chocolates. No era broma lo de que me encantaban los dulces. Y al parecer no era la única, pues Spica aleteó hacia mí, tratando de acercarse a ellos—. Hey, hey, que son míos estos —agarré el bolso contra mi pecho, mientras apartaba al ave con mi mano.

—Solo uno más, ¡por favor! —insistió él casi sollozando, restregando su cabecilla en mi mano con suavidad. De verdad que me dio lástima verlo así, tan pequeño y adorable... y le hubiera dado todos los dulces si mi mente manipuladora no hubiera atacado en ese mismo momento.

En su lugar sonreí malvadamente, abrí uno de los empaques de gomitas y le di una a Spica, que se la zampó velozmente entre graznidos de felicidad. Sabía que mi sonrisa maligna era más grande que la de Totoro en este instante, pero no me contuve. Bien, al fin una idea hacía acto de presencia.

No lo leas, ViDonde viven las historias. Descúbrelo ahora