XII

50 5 2
                                    

«Racionalizan sus miedos para desecharlos. 

La gente no debería hacer eso».

—Kendare Blake.

—Oh, por Dios, vamos a morir.

—Cálmate...

—Mejor dicho, voy a morir.

—Escucha...

—¡No puedo morir! —me llevé las manos a la cabeza—. Ni siquiera he terminado de ver Inuyasha, es decir, sé que es un anime algo viejo, pero...

—¿Podrías callarte? —me sacudió de los hombros Jiro, irritado—. No me dejas ni escuchar lo que pienso.

Hice un puchero, mis ojos tratando de ver en las sombras, sin éxito, cuando una carcajada macabra y femenina se anunció, poniendo mi piel de gallina.

Oh, vamos. ¿Podría esto...? No, no lo diré o las cosas de verdad se joderán.

—Maldición —masculló Jiro a mi lado, cuando la figura salió de entre la bruma y los árboles, con un brillo luminoso y frío sobre ella. Volvió a carcajearse pero, extrañamente, su boca no se había movido. Era solo una fina sonrisa roja y perturbadora en el bello rostro de la mujer.

Por favor, alguien dígame que Inuyasha sí se quedó con Aome.

Cinco horas antes...

—Estoy cansada —me quejé con Spica, tratando de quitarlo de mi hombro, sin éxito.

—Yo te llevé en mi lomo antes, duendecillo, no seas egoísta —me echó en cara, posándose en mi cabeza burlonamente. Suspiré. Llevábamos caminando todo el día bajo el sol ardiente que competía con el de México en una tarde de verano, sin descansar ni un minuto y con riesgo de morir deshidratados porque el dictador del ninja ni siquiera eso nos había permitido hacer. "Tenemos que avanzar rápido", "¿No que querían llegar pronto?", "Tomar agua es para niñas". Okay, eso último me lo había inventado yo, pero aun así...

—Tengo sed —suspiró Annie a mi lado, limpiando el sudor de su cara roja y quemada por el sol. Asentí hacia ella estando de acuerdo, y miré mis brazos pero seguían del mismo color miel. Ah. Mi bronceado solo se había apagado un poco después del año que había pasado en Escocia, quitando mis esperanzas de que las manchas por el sol desaparecerían algún día. Detrás de nosotras, pero con el mismo o peor humor, Rupert y Jessie venían resoplando, su orgullo de machos aplastado al ver que Jiro apenas y estaba sudando por el esfuerzo realizado.

—¿Dic...? ¿Jiro? —traté, siendo ignorada olímpicamente. Bufé—. Oye, ¿Jiro? ¿Podríamos detenernos un poco? Es decir, al menos ya llegamos al bosque... —Y así era, de hecho, había pasado una hora de que habíamos llegado al inicio de las montañas y del espeso bosque que tan lejano había estado. Claro, llevábamos más de siete horas caminando—. Podríamos buscar agua o algo... O no morir de insolación... No sé, cosas por el estilo.

Sabía que me estaba burlando de él pero, aun así, y ante mi sorpresa, rodó los ojos y asintió; llamó a Spica que de inmediato dejó mi cabeza y saltó a su hombro, listo para la acción. Masajeé mi cuello, aliviada.

—Recorre el área para ver si hay un río cerca —le dijo, mientras nos indicaba a nosotros que nos detuviéramos con la mano. Annie suspiró y se dejó caer en la sombra de un árbol; yo la imité, seguida de Jessie y Rupert, que se sentaron disimulando su malestar y las quemaduras por el sol. Si supieran el martirio que era el sol en América.

Tomé mochila, arrancando unas hojas de un cuaderno para hacer unos abanicos con ellas. Le pasé uno a Annie y otro a Rupert, pasando de largo a Warrior, que solo bufó y se volteó, recargado en un árbol a un par de metros de nosotros. Le saqué la lengua disimuladamente y me abaniqué como toda una señora se alcurnia. Sí, claro. Al cabo de unos minutos de no hacer nada, Spica regresó, su pico mojado.

No lo leas, ViDonde viven las historias. Descúbrelo ahora