VIII

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VIII

«La magia solo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del universo hasta formar un conjunto para nosotros»

—Ray Bradbury

—Warrior —lo llamé con urgencia, mi vista sin despegarse del punto naranja en la distancia—. Allá, ve...

—¿Qué sucede? —masculló él sin entender, inclinándose en el caballo detrás de Rupert.

—Ahí —señalé, sin poder evitar mi sonrisa y que mis ojos se aguaran. Lo miré, emocionada—. ¡Es Annie!

Pero al volver a ver hacia la carpa, Annie fue levantada bruscamente por uno de los seis hombres que custodiaban el lugar en las carpas. La movió hacia un grupo más alejado de la tarima junto con un par de niños y niñas y les jaló del cabello, burlándose de ellos. Annie cayó al suelo tosiendo, se veía tan pequeña y frágil que tenía miedo de que pudiera quebrarse de un momento a otro.

Tuve que agarrar a Jessie del brazo cuando uno de los hombres, uno muy alto con cicatrices de quemaduras por todo su rostro, haló a Annie del cabello haciendo que ella soltara un grito ahogado. Su cara estaba manchada de tierra y lágrimas, y sus ojos, tan grandes como los de un gatito, lucían aterrorizados.

Mordí mi labio hasta que sentí cómo se rompía y salía sangre. Dios, ¿qué había hecho?

—Espera, tenemos que pensar, son muchos de ellos —le susurré rápidamente a Jessie, apretando el agarre. Me miró desde arriba, furioso, pero al final asintió y soltó su brazo, con desagrado.

Tomé aliento y le di un par de palmaditas a Spica en el lomo.

—Es ella, nuestra amiga —musité al lado de su oreja de lobo, le indiqué el punto naranja a la distancia que al fin había soltado ese horrendo hombre y dejado al lado de un par de niños llorando—. La tienen amarrada... ¿Qué podemos hacer para sacarla de ahí?

Ustedes no pueden hacer nada, a menos que la compren —dijo entonces Jiro, con la vista al frente desde su caballo a mi derecha—. Y en lo que a nosotros concierne, eso ya no nos interesa. El trato era traerlos hasta aquí para encontrar a su amiga. Bien, están en el pueblo y ahí está la chica, ahora páguennos.

Desvió su atención hacia mí, su semblante sosegado diciendo esas palabras tan frías me confundían. En este momento no parecía que tuviera siquiera un poco de humanidad. Parecía más vacío que los esclavos que habíamos visto.

—Pero no pueden...

—No, sí podemos —objetó él, su flequillo ocultando su ojo derecho—. ¿Por qué habríamos de ayudarlos cuando no es nuestra obligación?

—Por... por favor... —balbuceé, mi voz quebrándose. La desesperación corría por todo mi cuerpo y se asentaba en mi estómago, me sentía atrapada en busca de una buena excusa, pero él tenía razón, ¿por qué habría de ayudarnos? Miré a Jessie y a Rupert detrás de mí, con sus rostros tanto molestos como serios. Habían escuchado a Jiro y, como yo, no estaban muy tranquilos.

—No sea así, nosotros le pagaremos solo ayúdenos con esto... —intentó hablar Rupert, tomando del brazo a Jessie. Bueno, al parecer no era la única que no confiaba en las reacciones del chico.

—No, es verdad —dijo Jessie, atrayendo la atención del hombre. Era como ver a dos leones enfrentándose. Y yo estaba en medio de ellos, mirándolos desde abajo. Me sentía peor que una gacela coja—. No le ruegues, Victoria. Ninguno de los dos. Es mi hermana y yo iré por ella —dijo, bajándose del caballo. Estaba demasiado impresionada al oírlo pronunciar bien mi nombre pero aun así me bajé de Spica de un salto y me interpuse en el camino de Jessie.

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