XI

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«Tus fracasos y tus culpas se quedan contigo. 
S

e aglomeran y afean, crecen cancerosos dentro de ti y te dan ganas de morir».


—Julie Anne Peters.

—¿Y qué? ¿Es eso malo? —preguntó Jessie, en blanco—. ¿Por qué de repente dejaron de hablar y se ven como si estuvieran en un funeral?

Me miró, esperando respuestas y yo me encogí de hombros, con simpleza.

—No me mires a mí, yo sé lo mismo que tú en este caso —sentí el recelo e ira de Jiro y me estremecí al instante, intentando sin resultado no verlo. Tenía el semblante sombrío, al igual que Spica. Drago parecía bastante incómodo al ser escrutado por nosotros así que se removió un poco en su asiento—. Aunque puedo suponer que un mensajero de la corte es el peor escenario para tratar de recuperar nuestro boleto de salida, ¿no es así?

Drago asintió, levantándose y dando un par de vueltas en la estancia.

—Las cosas en este momento con la familia real están un poco...

—Es un caos —habló Spica, aleteando—. Hace unos meses secuestraron y asesinaron a la hermana menor del rey. Triplicaron la seguridad, decapitaron a los culpables junto con sus familias y pusieron de adorno sus cabezas en la plaza. Ahora nadie entra a palacio si no es familiar o trabajador de la corte.

Vaya.

—Si se fue hace un par de días, no lo alcanzaremos —habló Jiro, su voz profunda—. Además, ustedes tienen "extranjero" escrito por todos sus rostros, jamás lograrán entrar al palacio. Lo único que harán será que los maten.

—Agr, esto no puede estar pasando —masculló Jessie, molesto—. Tiene que haber algo que podamos hacer. Vamos, todos ustedes siempre se alteran al primer obstáculo.

—No es solo un obstáculo, niño —alzó una ceja Jiro, condescendiente—. Morirán si se toman todo la ligera.

—¿Niño, dices? —sonrió Jessie de lado, aunque más que sonrisa parecía una mueca de desagrado—. ¿A ti qué te importa si morimos? Igual lo haremos debido a tus maldiciones ridículas, ¿no?

Jiro abrió la boca para protestar pero la cerró al instante, al verme. Una oleada de culpa me golpeó de pronto, por lo que desvié la vista de él y me centré en Spica, que parecía igual o peor que su amigo.

—Sabes que tengo razón, ¿ah? —sonrió Warrior con ironía. Annie lo golpeó en el estómago con su codo, silenciándolo. Pero la tensión seguía ahí, ni siquiera nuestro anfitrión se atrevía a hablar después de eso.

—No creo que este sea el momento de eso, Jessie —lo reprendió Rupert, en plan bibliotecario—. Tú mismo lo dijiste: hay que buscar una solución y no solo a quien poder culpar, así que es suficiente, ¿entendido?

Warrior hizo una mueca, pero terminó por asentir, reacio.

—Escuchen, no sé si sea de mucha ayuda pero... tengan —habló Drago, sacando una hoja de uno de los tantos libros en su escritorio. Parecía un retrato muy bien elaborado de una persona—. Este es el mensajero al cual le vendí el libro, parecía un buen chico así que, si tienen suerte y lo encuentran, quizá lleguen a un acuerdo con él —se encogió de hombros, compungido—. Es todo lo que puedo hacer por ustedes, lo siento.

Va bene, grazie —tomó el papel Annie, sonriendo, a diferencia de los demás que teníamos cara de luto. ¿Por qué? ¿Por qué las cosas se complicaban cada vez más? ¿No podía haber algo sencillo en este maldito libro?

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