XIII

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«Usted y las estrellas están tan inconvenientemente fuera de mi alcance».

—Denise Márquez.

Sabes que no será un buen día cuando este empieza con gritos y una espada siendo apuntada hacia ti. Y no, esto no es en retrospectiva. Literalmente, acababa de despertar mientras reñía con Jiro por no dejarme apartar de ellos por... Bueno, hacer mis necesidades básicas. Que no estoy tapada ni nada, y había tomado bastante agua antes de dormir...

Como sea, afortunadamente acababa de terminar eso cuando un chico vestido con ropas extrañas, no mayor que yo, pasó a caballo y casi se cae al verme ahí, desgreñada y con algo de tierra en mi cara de idiota. Y es que casi me encontraba en una posición no muy cómoda que digamos para los dos.

El chico no desprendió su mirada de mí, pálido como el papel, y tartamudeó algo antes de agachar rápido la cabeza en respeto y salir como alma que lleva el diablo de ahí. Spica llegó en ese momento, agitado y con todos los demás detrás de él.

—¿Qué pasó, duendecillo? Escuchamos un caballo cerca —preguntó, aleteando justo en mi cara. Lo alejé con una mano y me encogí de hombros.

—No sé, ese chico solo me vio y se fue. Quizá lo asusté...—suspiré, tratando de aplacar mi enredado cabello.

—¿Por qué lo asustaría un duendecillo como tú? —cuestionó Spica, echando a volar alrededor de Jiro, que imitó mi gesto y nos señaló a todos con la mano.

—Bien, ya hemos perdido tiempo suficiente. Vamos a seguir.

Le sonreí a Spica, que se plantó en mi hombro y picoteó mi cabello con suavidad, tratando de alisarlo con cuidado.

—¿Crees que ya estamos cerca? Estoy muy cansada y pareciera que el palacio está en la otra punta del mundo —me quejé, tratando de no reír por los piquetes de Spica. Este asintió con su pico, apuntando a Annie y Jessie, que conversaban entre sí y a Rupert, que lucía encantado con el paisaje a su alrededor.

—Ellos no parecen muy apresurados en llegar, ¿por qué quieres irte tan pronto? —preguntó, un dejo de tristeza en su voz.

—¿Además de que casi muero más de una vez? —ironicé, esquivando una roca en el camino—. Vamos, Spica, no esperabas que nos quedáramos toda la vida.

—¿Y por qué no?

—Porque no somos de aquí, y tenemos que regresar a nuestro hogar... Hey, no te enojes conmigo, pequeño... Vamos, somos amigos, ¿no?

El ave asintió, sin embargo, sus grandes ojos expresivos lucían aún irritados.

—Bien, no te molestes —tomé sus pequeñas garras en mi mano y sonreí—. Este lugar es peligroso para nosotros.

—Yo te protegería, duendecillo —masculló enfurruñado, cambiando de un ave a un hermoso gato plateado. Rodeó con su cola esponjada mi cuello y bufó. Reí ante el contacto y negué con la cabeza.

—Sé que sí, pero...

Los cascos de unos caballos cortaron lo que iba a decir y nos pusieron alerta al instante. A nuestro alrededor los robustos árboles nos impedían la vista a no más de cinco metros de distancia. Jiro nos hizo retroceder y nos indicó que nos escondiéramos detrás de unos árboles sin hacer ruido. No había tiempo para nada más. Los caballos eran rápidos y acompañados de sus jinetes se movían por el bosque con una agilidad inigualable, aun cuando el camino por el bosque era estrecho. Mi corazón golpeaba con fuerza en mi pecho cuando se detuvieron justo frente a nosotros con sus espadas en alto y reclamando algo al aire.

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