«Cuanto vemos o parecemos no es sino un sueño dentro de un sueño.»
—Edgar Allan Poe.
Era peor que una resaca. O eso creía, porque lo más cerca que estuve de una resaca había sido en año nuevo, por un sorbo de vino y soda. Pero eso no venía al caso ahora.
¿Qué rayos había pasado?
Gemí abriendo los ojos tratando de darme vuelta en el duro suelo cubierto con salvaje pasto verde. Me dolía todo el cuerpo y sentía que mi cabeza podría salir rodando por ahí en cualquier momento. La intensa luz del día hacía llorar mis ojos y me provocaba estornudos, los cuales despertaron a los dos sacos de huesos a mi lado. Oh, Dios, este debería ser el momento en el que me lamentaba haber tomado tanto.
Si lo hubiera hecho, claro.
Al parecer Rupert y Jessie estaban en las mismas que yo. Los dos gruñían intentando que el sol no les diera de lleno en el rostro, inútilmente. Definitivamente no estábamos ya en el cuarto de Annie.
¿Qué demonios había pasado? Tan solo recordaba estar en la habitación de Annie, imaginando que golpeaba al Narciso en mi mente, tratando de leer ese libro horrible...
Oh.
Demonios.
Casi volví a gemir al recordar que no había sido una especie de disparatado sueño o alucinación, porque este dolor de huesos sí que era real, al igual que la quemadura en mis brazos por el sol.
Espera, ¿el sol? ¿No estaba nublado y a punto de llover, como siempre? Miré al cielo azul despejado de cualquier nube, tan hermoso que parecía increíble. El sol estaba brillando con toda su fuerza veraniega, los enormes árboles se extendían a nuestra espalda, altos y frondosos, acompañados por el sonido de aves y demás animales. Parecía que se reían de mi claro malestar.
¿Pero no se suponía que estábamos en invierno?
—O... oigan, chicos —los llamé, asustándome con cada segundo que pasaba—. ¿Dónde estamos?
Ellos miraban a todas partes como yo, desorientados, sin darme una respuesta. Así que tampoco sabían... Entonces, ¿cómo llegamos aquí? Y lo más importante... ¿dónde es aquí? No podía ser el patio de Annie, vamos, parecía verano. No podía recordar nada más que esas dos palabras: fe y amistad, un resplandor que bien podría haberme dejado ciega y luego esa sensación de que te licuaban los sesos después de caer de una gran altura. Y vaya que recordaba cómo se sentía después de caerme en tantas ocasiones de árboles en mi antigua casa.
—¿Alguno recuerda algo? —intenté otra vez, concentrándome en respirar. De acuerdo, no era momento de entrar en pánico. No ahora, porque viendo el lado bueno el paisaje era digno de admirar, así que me concentré en eso. Estábamos en una especie de pradera, a nuestro alrededor había un todo tipo de bellas flores silvestres de todos los colores y texturas posibles, incluso pude ver una grande de color negro a mi lado izquierdo.
Me moví un poco hacia la derecha.
Sí, supersticiosa y toda la cosa por una simple flor, pero maldita sea estaba viviendo una especie de película narrada por un locutor borracho.
—Solo... estábamos en casa de Jessie, entonces dijiste algo y una luz me cegó... No recuerdo nada más, a excepción de esto —habló Rupert, alejándome de mis pensamientos sobre flores malditas; sentándose en el césped, con las manos en la cabeza. Al parecer todos teníamos una profunda migraña.
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No lo leas, Vi
FantasyVictoria Reyes sabe una cosa: es difícil vivir fuera de tu zona de confort. Pero es más difícil hacer amigos si te pasas la vida con la cabeza metida en un libro. Sí, su único amigo es el bibliotecario de su escuela. Sí, está a un paso de regresar...