Un amor prohibido.

Capítulo 8.

Luisa estaba comiendo ensimismada en su mundo. Estaba nerviosa, no quería hacer ese maldito trabajo, no quería estar a solas con Adam. ¿Por qué se comportaba de forma tan extraña con ella? ¿Qué le había hecho? Pero, a fin de cuentas, pensó que tendría que pasarlo y cuanto antes mejor.
Estuvo escuchando música mientras esperaba que llegara la hora para acordar a la ¿casa de Adam? No conocía el lugar, había leído la nota y no había odio hablar de esa dirección, así que tuvo que buscar en Internet dónde se encontraba esa calle.
Cuando llegó al lugar indicado vio un descampado, un bar, y un taller. ¿A dónde tenía que ir? ¿Por qué Adam le hacía eso?
Luisa entro al bar, fue el primer lugar que se le ocurrió, porque el descampado obviamente no iba a ser.
- Ho-hola. —Titubeó Luisa—.
- Hola preciosa, entra entra. —Dijo el camarero—.
El lugar le daba mucho miedo, había mesas muy sucias, un par de morteros en una mesa tomando cerveza, y el camarero, el cual la miraba de una manera muy rara.
- Estoy buscando a... A Adam. Me ha dicho que tenía que venir aquí para hacer un trabajo.
- ¿Con que un trabajo eh? —Dijo picaresco el camarero—.
- Sí, es mi compañero de clase, es un trabajo de Biología. —Dijo con decisión Luisa—.
- Pues todavía no está aquí, así que vas a tener que esperar, te guste o no. —Gruñó el camarero—.
Luisa se sentó en una mesa alejada de los moteros, pero estos se acercaron.
- Hola guapa, ¿quieres jugar? —Dijo uno de ellos—.
- ¿Perdona? No, lo siento, estoy esperando a alguien.
- Venga, Jack, no seas duro con la chavala. —Dijo otro de los moteros—. Perdónalo por su comportamiento, yo soy Matt, y ésta es mi banda; chicos, saludad a la señorita.
- ¡Hola! —Dijeron todos al unísono—.
Luisa se sorprendió, vaya, no parecían malos tipos, al contrario.
- ¿Entonces no quieres jugar? —Volvió a repetir Jack—. Son dardos, se me dan muy bien.
Luisa se alegró y comenzó a jugar a los dardos, con ese extraño grupo, así la espera se le haría menos amena.