Un amor prohibido.

Capítulo 9.

Mientras Luisa jugaba a los dardos con aquel peculiar grupo de moteros, la puerta del bar se abrió.
- ¿Qué haces jugando Luisa? —Preguntó Adam, un podo enfadado—.
- Bueno, como tardabas en llegar pensé que sería divertido entretenerme un poco, la puntualidad no es lo tuyo, llegas media hora tarde...
- Tenía cosas que hacer, venga, vamos.
- Espera, espera, ¿vamos a hacer el trabajo aquí? —Dijo extrañada—.
- Bienvenida a mi hogar, aquí es donde vivo. —Rió Adam—.
Luisa pensó que a lo mejor Adam sería pobre, o tendría que pagar alguna deuda con el dueño del bar, en ese momento no sabía qué pensar.
- ¿Vives en un bar? Bueno, peores cosas he visto, creo... Empecemos pues el trabajo. —Dijo Luisa muy decidida—.
Llevaban ya más de una hora, y Luisa no paraba de mirar los brazo a musculosos de Adam, su pelo rubio, su sonrisa de lado... ¿Pero qué le pasaba?
- Eh, tranquila, mirar es gratis, tocar ya no tanto. —Rió Adam—.
- ¿Siempre te comportas así? Como si todo el mundo estuviera enamorado de ti, digo...
- Solo con quienes están enamoradas de mí, y tú lo estás. —Adam guiñó el ojo, como tantas veces había hecho a lo largo de la tarde—.
- No estoy enamorada de ti, somos compañeros de pupitre, nada más. Además yo nunca saldría con un chico como tú.
- Tienes razón, la cosa es que no sabes cómo soy. —Rió Adam—.
Luisa pensó en contestar, pero siguió con el trabajo. Cuando ya hubieron terminado el trabajo, Luisa estaba muy nerviosa, era de noche y tenía que volver a casa sola.
- Bu-bueno es tarde... Tengo que irme a casa o mis padres me matarán.
- La niña buena no quiere que la castiguen sin postre, qué mona.
Luisa rió y se despidió.
Iba caminando por la calle oscura, tenía miedo, y no quería llegar tarde a su casa, pero le pillaba muy lejos y empezaba a hacer frío. De repente sintió unos pasos de alguien detrás. Ella iba caminando y notaba los pasos de aquella persona cada vez más cerca. ¿La estaban siguiendo? Una mano tocó su hombro obligándola a girar.