Capítulo 13

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¡¡¡PUUUM!!!, como siempre mi torpeza salió de mi ser para que me tropezase con el escalón que daba la entrada a la cafetería, con suerte tenia a Mario para que me ayudase a levantarme.

-¿Estás bien?- me dijo con tono preocupado, seguro que era un chico muy atento y cariñoso, pero ¿por que pensaba eso?, yo tenia novio y le quiero, pero no se que me pasa.

-Si, estoy bien-dije como media hora después de que se ofreciese a ayudarme.

-Vaya golpe te has dado.

-Ya, pero ya estoy acostumbrada, soy muy torpe.

-Lo bueno es que te ríes de ti misma.

-Y también se ríen de mi-dije mirándole como una niña pequeña, pero note una extraña presencia sobre mi espalda, era la gente del local, que se había preocupado por el golpe que me había dado.

-Bueno, ¿entramos?.

-Si, claro.

Accedimos al local y la gente pasó de mirarme fijamente a mirarme de reojo como si fuese un bicho raro, pero a mi me daba igual, estaba a gusto con quien estaba. La tarde pasó rápido, las conversaciones se alargaban, pero no se si por mi parte o por parte de Mario, pero me daba igual, yo estaba a gusto, entonces Mario dijo:

-Bueno, yo me voy a tener que ir yendo porque se van a preocupar en casa.

Miré el reloj y para mi sorpresa ya eran las once, no me lo podía creer, me sentía culpable de haber estado con ese chico que casi no conocía de nada en vez de estar con mi padre que estaba muy enfermo y probablemente no le quedase mucho en este planeta, así que cogí mi bolso y saliendo ya hacia la puerta le dije a Mario:

-Hablamos, que tengo mucha prisa, encantada.

Ya estaba en la puerta del local cuando escuché un “hasta luego” en el fondo.

De camino a casa preferí coger un taxi ya que era de noche y estaba muy cansada. El camino fué entretenido, descubrí que Dumfies había cambiado mucho desde mi marcha, el centro ya no era un lugar lleno de árboles y un ultramarinos en el que hacer la compra y charlar cada día, no, las multinacionales se habían hecho con el pueblo y lo habían convertido en una gran ciudad, en la plazoleta donde nos reuníamos para jugar o simplemente charlar todos los días ya no estaba aquella antigua fuente en la que nos bañábamos en los días calurosos de verano, la reemplazaba un gran Zara de dos pisos al que continuaban numerosas tiendas, de esas que te encuentras en todos lados vayas a donde vayas. Me daba pena, porque los niños ya no podrían jugar en los jardines y mancharse como nosotros lo hacíamos antes simplemente porque ya no tenían jardines.

Vi una casa con un farolillo en la puerta, era mi casa, por fin, después de tanto tiempo he vuelto a mis raíces, pero lo que me entristece es que no sea por una buena razón.

Una vida tatuadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora