Parte 1.

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Soy Caroline, la gran chica que dejó todo para aventurarse en algo llamado vida, y como que no quiere la cosa ir aprendiendo sobre ella. Porque para tener 18 años nunca he considerado mi vida como ejemplar, y no por nada, si no porque nunca he vivido, en su completo sentido metafórico, claro.

Caminando por la ciudad como si no quiere la cosa, pareciendo un turista desorientado cualquiera, pero con un gran equipaje de mano. Buscando el alquiler de la casa hecha ruinas en la que viviría, la casa que mejor podí buscar con mis escasos ahorros.

Al fin y al cabo, llegué a encontrar la casa, que parecía mucho más favorecida en fotos. 

Encontré las llaves en el bolsillo de mi abrigo e intenté entrar por la puerta destartalada, lo conseguí a la tercera vez de empujones con mayor fuerza de la que creía poseer.

Tambien su interior parecía más favorecido en fotos, y más amplio, cabe decir. La cocina era tan estrecha como el salón, por no decir que en el baño te dabas con el labavo si fueras más rapido de la cuenta al bañarte, y bueno, mi cuarto, mi cuarto era esa pequeña esquina de ladrillos vistos con una cama abatible de pared y una ventana que daba a un muro, al callejón supuse. Pero bueno, este sería a partir de ahora mi hogar.

Dejé mi abrigo del mercadillo en la percha solitaria que había atornillada a la pared y fui a la cocina, las tripas me rugían, abrí la mininevera y me encontré dentro una manzana, al menos estaba bien conservada, algo era algo.

Cogí mi libretilla del bolsillo de atrás del vaquero y escribí que tendría que comprar más tarde, era tan despistada que si no lo anotaba se me olvidaría, como todo lo demás que me pasaba.

Fui al baño y decidí tomarme una ducha calentita para relajar los músculos, muchas horas de viaje y pocas de descanso, realmente parecía un zombi cuando me reflejé en el espejo mugriento del baño. Pero a mi mala suerte este invierno pasaría sin el agua caliente, y tampoco me lo podría costear, al menos por ahora.

Nada más salir del baño con ropa limpia y preparada, salí a la calle, estaba en unas de esas calles donde tienes que coger si o sí algún vehículo para viajar rapidamente a donde quisieses ir, conque me dispuse a pedir un taxi para viajar al centro e irme a trabajar cuanto antes, sabía que hoy no empezaba, si no mañana, pero debía famializarme con el entorno, intentad encontrar amigos para no amargarme el fin de semana e intentar reponer mi vida del pozo a donde me había caído.

Cuando entré en el edificio todo me parecía impresionante, normal, acababa de estar en mi casa, cualquier cosa comparada era mejor. Me encantaba la sutileza, la limpieza, hasta el aroma, las ventanas por paredes iluminando la amplia zona, la gente con los cafés en las manos muertos del estrés, correteando de un lado para otro, la muchacha tecleando a toda velocidad algun reportaje, por la sonrisa que tenía, parecía que iba a ser primera portada. El moño de la recepcionista sujeto con lapiz, y las gafas un poco torcidas por algún movimiento, tal vez ni tendría tiempo de colocarselas bien sobre la nariz. Demasiado estrés. Demasiado encanto, me encantaba estar trabajando, de aquí para allá, odiaba verme parada en un sitio viendo como todos hacían el trabajo duro, siempre me he visto como perseverante, tal vez hasta buena trabajando, siempre busqué la ambición en todo lo que realizaba, y aqui estaba, propuesta en ser la mejor.

-Hola.- Dije rapidamente a la recepcionista, quién andaba buscando algún papel posiblemente estraviado.

-Hola, ¿que deseas? Perdón si me ves alterada, estoy buscando un papel de la nueva chica.

-Esa soy yo.- Dije con una pequeña risita escapada de los labios, se veía tan desordenada como posiblemente era, o tal vez me equivocase.

-¿Pero no venías mañana?.- Me dijo alterada, con los ojos casi salidos de las orbitas, aun así parecía guapa.

-Si, solo vine para famializarme con el entorno.- Dije riéndome por la mueca que me ponía.

-Ah bien, bueno, ahora estoy liadilla con tus papeles, no te puedo acompañar, ve tu sola, y si te topas con la jefa sonrie, está de mal humor, por eso estamos todos tal alterados, su estrés se multiplica en nosotros.

-Guay, luego ya si eso nos veremos, y gracias por el consejo.- Dije antes de irme.

Estuve andando embobada mirando todo con lo que me topada, este lugar era enorme, y yo deseaba conocerlo como la palma de mi mano.

Al rato de patearme cada sitio decidí ir a comprar al supermercado que tenía a unas manzanas de mi casa, y así podría ir hasta ella andando.

Cogí el metro para encaminarme hasta la parada más cercana, deseaba andar otro rato más, despejarme para estar al cien por cien al día siguiente, y dar todo de mí. 

El frío me daba en toda la cara, tenía las orejas rojas y el pelo revuelto, movido por el aire.

Cuando entré en el supermercado fui directa a la comida precocinada, me compré lo primero que ví que fuese barato y que pudiera entrar en mi presupuesto de chica pobre.

Cuando por fin entré en mi destartalada casa fui a la cocina para poder comer mi nueva adquisición, luego, cansada y un poco perezosa, me tumbé en mi cama (que por cierto, era tan incomoda como un saco de patatas) y me dormí.

Al día siguiente tendría muchas cosas que hacer, y lo primero era tomar un buen café, si no no era yo misma.

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Me levanté como pude e intenté arreglar la cama como pude, al menos para que quedara curiosa si tuviera visita, porque quien sabe, podrían entrar a robar, aunque tampoco había nada que llevarse.

Cogí la cafetera de los años ochenta y me tomé un café, creo que era tan amargo como el día, era el típico día nublado, esperando que llueva, con ese frío infernal que lo caracteriza. Me puse mi abrigo y me fuí, medité en coger las llaves o esconderlas debajo de la ventana o en el buzón, decidí llevarmelas, podía perderlas, pero de la otra forma podría olvidar donde las habría guardado.

Cuando llegué a la editorial y entré, bueno, todo parecía más tranquilo, y eso me relajó al momento, notaba los nervios del primer día, ahora todo era desicivo.

-Hola, soy Laureen, ¿me recuerdas?.- Dijo la recepcionista que ahora tenía nombre, con una sonrisa que mostraba todos sus dientes plasmada en la cara.

-Claro.- Dije un poco cortada por la naturalidad con la que me hablaba, se notaba que soltaba alegría a cada paso que daba.

-Bueno pues, Caroline, este es tu nuevo mundo, ¿preparada para la aventura?


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