Capítulo 1.- Un inesperado Encuentro.

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1 de Mayo 1849. La Rochelle. Francia

Sonreía con la salina brisa golpeando su cara, podía divisar aún a mucha distancia de él, el puerto que le daba la bienvenida a su hogar. Tanto tiempo en alta mar que solo deseaba poder pisar tierra firme.

El capitán comenzó a dar las respectivas órdenes para anclar el barco y todos obedecían con más del entusiasmo debido. Querían ver a sus familias, así que tomaron sus últimas fuerzas para cumplir su trabajo y correr a sus casas.

Él no esperaba que nadie fuera a recibirlo en el puerto, no había nadie que lo extrañara, por eso se extrañó, cuando al bajar, con su bolsa de piel colgando en su espalda, alguien posó su mano sobre su hombro.

—El niño volvió a casa.

Siempre reconocería esa voz y sabía lo que significaba que estuviera ahí con él. Pensó que después de tantos años se olvidaría de su existencia, pero al parecer debía continuar con su labor. Con pesar comenzó a seguir a ese que no sabía si llamar padre, tío o hermano, lo apreciaba mucho, pero detestaba el destino que había preparado para él.

Subió a la vieja carreta y observó con sentimiento el mar detrás de él, tanto tiempo queriendo volver para ahora solo querer estar perdido en alta mar.

—Ya tienes diecisiete años y eres todo un hombre. —Comenzó el hombre arreando a los caballos.

—Dieciséis aún. Todavía no ha sido mi cumpleaños, si es que mi fecha de nacimiento es la correcta.

—¡Cumplir años! Esos son cosas de damitas. Ya tienes diecisiete y mira cuanto has crecido.

En efecto el niño ya era todo un hombre. Era alto, incluso más que él, sus cabellos que antes eran rubios ahora se habían oscurecido un poco, en un tono marrón cobrizo, pese al sol en alta mar su piel era blanca y lo que nunca cambiaría eran esos ojos azules intensos, como el mar.

—¿A qué viene tanta amabilidad?

Solía tenerle mucho miedo al hombre a su lado, su nombre era Joseph, y desde que era un niño lo disciplinó de una forma poco ortodoxa, pero decía quererlo, y él en parte lo hacía también. Pero sabía que Joseph nunca era bueno con nadie y menos con él. Ahora que volvió a verlo notó que estaba más acabado. Mucho más delgado, menos cabello y una ligera cojera de la que aún no sabía la procedencia.

—Pensaba decirlo después de la cena. Pero, Owen ¡Llegó el momento! —Era la primera vez que lo veía sonreír y eso solo le indicaba que sus sospechas eran ciertas.

—¿A qué te refieres?

—Llegó el momento de la venganza. Por fin acabaremos con James Prestwick.

1 de Mayo 1849. Holstein, Pursia.

Diana no soportaba la ironía del Sr. Launsbury. Las paseaba a ella y a su hermana por aquellas hectáreas llenas de esclavitud, y se jactaba de ello como si fuera un trofeo para él.

Lo que más le indignaba era ver a Adelaida tan contenta, sonriendo de cada ocurrencia del Sr. Launsbury, aumentando el ego del estilizado pelirrojo.

Al llegar a Pursia les dijeron que el clima era siempre llovioso, no sería tan diferente al de Londres, pero en cambio esa mañana el sol no podía ser más implacable.

La carreta continuaba a toda velocidad por en medio de las plantaciones de café, tambaleándose por el maltrecho camino, revolviendo el estómago de Diana quien pensaba que ya no soportaría más.

Diana alzó un poco su vista ante un comentario del Sr. Launsbury, solo para notar que lo que decía era cierto, bien podían estar en un teatro a la esclavitud. Eran filas y filas de plantaciones, de hombres atados trabajando, arando o recolectando, eran rostros demacrados, tristeza, humillación. Diana no quiso ver más, abrió su sombrilla de encaje blanco y se acurrucó lo más que pudo en el asiento de ese carruaje sin techo, no quería ver, ni escuchar nada. Pero de pronto un ruido, junto con la carreta volteándose a un lado, la sacó de sus pensamientos.

Ennoia. La esperanza de un corazón abatidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora