1 de Junio 1849. Londres.
El sonido discordante que perturbó los oídos de Arthur le reveló que otra cuerda del hermoso violín, se había roto, y la carcajada que le siguió a sus ojos cerrados y ceño fruncido, fue majestuosa.
Aimé más que molesta lanzó el arco de su violín hacia Arthur, atinándole en su cabeza.
—¡Auch! —se quejó Arthur—. No tengo la culpa que no te salga la Sonata del Diablo. Yo sí puedo.
Dejando su risa a un lado tomó su violín blanco y comenzó con aquella sonata que su profesor de música siempre le impidió, pero que claro, él no pudo dejar de aprender.
Aimé lo escuchó molesta y reviró para verlo mejor formándose una sonrisa en su boca. Si Arthur supiera el por qué ella quería tocar esa sonata. Ella misma se alarmó ante ese pensamiento, quería tocarla, para demostrar que no era menos que nadie, no porque quisiera ser esposa del caballero del camino.
—¡Ya basta! Sí, eres perfecto. El niño que toca como nadie. No pregunté si sabías tocar. No pedí que estuvieras aquí ¿Qué haces aquí? —preguntó molesta.
—¿Ya te pegó la luna Aimé? Yo estaba aquí, tú llegaste, tomaste el violín y comenzaste a tocar sin ver a nadie o responder mi saludo. Este es mi cuarto de la música.
—Es el cuarto de mamá.
—Sabes que ella me lo regaló y lo hicieron más grande para mí. La intrusa es otra, una dama de gordos dedos que no podrá tocar nada que sea delicado. Llevas desde el día después de tu presentación en sociedad queriendo tocar esta sonata ¿Por qué?
—Arthur, eres mi hermano, pero esto no te interesa.
—¡Soñaste con el diablo! ¿Es eso?
—Sí, es eso... ¿Sabes de alguna mujer que sepa tocar la Sonata del Diablo?
—Deben haber muchas, aunque no es una sonata muy aceptada por la sociedad, pero una vez en este mismo cuarto Adelaida la tocó conmigo.
—¡Adelaida Conrad!
—Sí. Fue cuando yo tenía diez años y ella...
—Es decir, ayer —mencionó solo para molestarlo.
—Hace dos años —resaltó—. Al parecer me estaba confundiendo, y ella me corrigió, así que tocó junto a mí y me dijo que tenía talento. Me da lástima la señorita Conrad, mamá dijo que se casaría con un hombre detestable.
—Yo huiría antes de ser obligada a casarme con alguien que no amo.
—¿Aimé tú crees que llegues a amar? Siempre eres tan... seca.
—No. El único amor de mi vida es mi hermano menor que poco a poco estoy empezando a amar menos. Y así me quiero quedar. Ahora principito acompáñame a tomar el té en casa de los Bromwich.
—¡Ah! ¿No sabes? No puedo acercarme a Elisa. Ahora mi papá y el señor Bromwich creen que estoy enamorado de Elisa, no sabes el discurso que me dio nuestro padre. —Aimé mordió sus labios para no reír. —Y mi mamá no podía creerlo, llegó a mi cuarto a decirme que no se había dado cuenta de lo mucho que había crecido, que comenzaría a tratarme como un joven caballero y no como su bebé, aunque siempre sería su bebé, todo fue tan vergonzoso.
—Tenías que desmentir lo que Elisa insinuó.
—Ella les diría lo de Diana y me habría ahorcado de la vergüenza.
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Ennoia. La esperanza de un corazón abatido
Historical FictionUn Rey y una Reina marcados de por vida por la desaparición de su primogénito. Una joven princesa cansada de vivir bajo la sombra de su hermano perdido. Dos huérfanos unidos por lazos de sangre, guiados por otros hacia un camino incorrecto. ...