Capítulo 8.- Viviendo en su muerte

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31 de Diciembre 1842. Irlanda.

La suave luz de las velas alumbrabas sus jóvenes y alegres rostros, que con entusiasmo cantaban al son del inminente y viejo piano, una canción de gracias por el fin del viejo año y el comienzo de uno nuevo.

Hanna con la capa gris que todos debían llevar, y una vela en sus manos, cantaba sin perder de vista a David unos metros a su derecha. Para Hanna y Allen, aquellas ceremonias eran tediosas y sin sentido, nada les molestaba más que cantar frente a ese cura que los observaba con un algo más en sus ojos, que no deseaban averiguar. Para David aquellos eran los únicos momentos en que podía decir que era feliz, le gustaba ver las cientos de velas encendidas alumbrando un poco la lúgubre oscuridad, le encantaba observar las estrellas arriba, sentir la brisa helada, y todo ello en conjunto con la melodía y sus voces, le hacía creer que ya estaba en el cielo, por esos breves momentos el infierno se convertía en el paraíso.

Cenaron, cada uno lejos del otro, en sus respectivas mesas, y para las monjas su momento de ser bondadosas acababan con la última migaja de pan consumida, así que pronto todos subieron a lo que llamaban habitaciones, era hora de que acabara la magia y comenzara la pesadilla, pero para los tres amigos, todavía quedaban unas cuantas horas más de magia.

—Yo digo que hace más frío que el año pasado —refutó Allen tiritando e intentando escapar del frío a través de su fino abrigo.

Se encontraban en el techo de la torre del gran orfanato. No debían estar ahí, pero luego de su primer año, hicieron de ese día una tradición.

—¡Que cobarde! —Hanna jugando lo empujó, abriéndose espacio entre él y David.

—¡Hey! Yo estaba al lado de David, él estaba calientito, quítate, muévete al otro lado —protestó Allen.

—Ya, ya, deja el drama.

Hanna se puso de pie para sentarse al lado derecho de David, mientras él quedó en el medio de ella y Allen. Hanna se abrazó a él, recostando la cabeza en su hombro.

—¡Agh! —refunfuñó Allen, observando a Hanna acurrucada a David. —Ya vas a empezar ¿Por qué no dicen de una vez que son novios?

—Nosotros no... —David balbuceando iba a explicar lo que él mismo no sabía, pero Hanna lo calló.

—Sí, somos novios ¿Eso te trae algún inconveniente?

—Solo que siempre parezco estar de más. Pidamos el bendito deseo, para poder irme, que me estoy congelando.

David tenía el abrigo más grueso, uno con el que lo habían dejado en el orfanato, además por haberse criado en las montañas heladas, era más fuerte para soportar el frío, así que Allen, sobándose las manos, se pegaba más y más a él, buscando algo de calor.

—No ha pasado ninguna estrella fugaz —acotó David sin dejar de mirar al cielo.

—Eso no importa, igual nuestros deseos nunca se cumplen.

—Entonces ¿Por qué estás aquí? —protestó Hanna, ya un poco molesta con Allen. No es que ellos se llevaran muy bien.

—Porque me da la gana, bruja. En más, no quiero que este año seas tú la que pida el deseo. David pide el deseo tú de una vez y déjame bajar de esta tortura.

—Siempre lo ha pedido Hanna —contestó David sonriendo.

—Ella es una bruja ¿Crees que algún ser celestial la escuchará?

—Ay Allen Hasel, estás buscando comenzar tu nuevo año con un ojo morado.

—¡Ya dejen de pelear! Hoy es un día que... —Una estrella fugaz apareció frente a sus azules ojos, llevándose toda su atención y sacándole una sonrisa—. Deseo que nadie nos separe nunca.

Ennoia. La esperanza de un corazón abatidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora