24 Agosto 1849. Palacio de Buckingham.
Aimé se apresuró a alertar a su hermano de la visita que estaba próxima a recibir. Conocía a Arthur lo suficiente para saber que se molestaría si Diana llegaba a verlo en condiciones no aptas.
Al acercarse a la cama de Arthur supo que no habría forma de hacerlo ver decente, pero igual lo zarandeo despertándolo.
—¡Arthur! Debes despertar.
Solo habían pasado cuatro días de aquel horrible atentado y él no se encontraba bien. Seguía el peligro de que aquella herida se infectara, empeorara y muriera. No podía comer nada sólido y ni ganas tenía de beber agua. Estaba muy pálido y adolorido, así que con cansancio y molestia talló sus ojos.
—¿Aimé sabes cuánto me costó dormirme? La herida duele a morir.
—Deja de quejarte.
—Claro como no eres tú.
Presionó aquella zona de la herida e intentó acurrucarse de nuevo. Si se decía mentalmente que no dolía comenzaría a dejar de doler, o al menos ese fue el consejo de Owen, y él sentía que era efectivo.
—No vuelvas a dormir, alguien vino a visitarte.
—Creo que es más que evidente que no quiero ver a nadie.
—¿Ni siquiera Diana?
—¡¿Diana?! ¡Auch!
Del dolor de haber gritado hundió el rostro en las sábanas.
—Pero ella no puede verme así.
—No seas tonto, solo hay que peinarte un poco, no hay nada que se pueda hacer con las ojeras y la palidez de tu rostro, pero eres lindo Arthur, un niño muy lindo.
—¿Podrías quitarle a esa oración lo de niño? ¡Soy un hombre!
—Guárdate eso para Diana. Ahora a peinarte.
***
Diana no habría querido salir de su habitación nunca, pero fue obligada a acompañar a su madre a Londres. Recibieron noticias de que el príncipe perdido apareció, aunque jamás habría imaginado que se trataba del caballero que tanto se parecía a David. Y aquello era como una mala jugarreta del destino, ella debía olvidar a David, pero cómo hacerlo teniendo tan cerca a alguien que se parecía tanto a él.
Al llegar se enteraron que alguien atacó a la familia real, resultando Arthur gravemente herido. La familia real estaba lo suficientemente sumida en sus propios problemas que poco les importaría la ausencia de Adelaida, y con una excusa tonta todo quedó resuelto.
Diana deseaba contarle todo a Stephanie, pero lo tenía prohibido y en vista de las circunstancias, poco le importaría a la reina el futuro de aquel esclavo y de su hermana.
No entendió bien cómo, pero se encontraba subiendo con algo así como un té a la habitación del hijo menor de los reyes, se había ofrecido solo para alejarse de aquella mesa, dejar de ver al príncipe perdido y poder borrar aquella falsa sonrisa de su rostro. Solo saludaría dejaría el té y podría ir a esconderse en alguna de las variadas habitaciones.
***
Diana tocó y entró, no fue una sorpresa para ella encontrarse al príncipe durmiendo.
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Ennoia. La esperanza de un corazón abatido
Historical FictionUn Rey y una Reina marcados de por vida por la desaparición de su primogénito. Una joven princesa cansada de vivir bajo la sombra de su hermano perdido. Dos huérfanos unidos por lazos de sangre, guiados por otros hacia un camino incorrecto. ...