2 de junio 1849. Londres.
Lo que menos se esperarían Diana y Adelaida, era ser encontradas y rescatadas por su padrastro, el conde William Cowan.
-Tenemos que decirle a la reina. David está en manos de ella, ella... -Diana revolviéndose intentaba zafarse de Adelaida que la jalaba de vuelta al sillón en el que se encontraban.
Apenas estaba amaneciendo y unas Diana y Adelaida, destruidas, cubiertas por una manta y con lágrimas secas en los ojos, miraban a su imponente padrastro. El conde no estaba contento, tenía una labor que cumplir, llegó a Londres rastreando a su cuñada, y no dejaría que se le perdiera tan fácil.
-¡Nadie le dirá nada a la reina! ¡Entendieron! -William, masajeándose el ceño, gritó asustando a ambas hermanas.
-No me quedaré de brazos cruzados, él...
Una fuerte cachetada silenció las protestas de Diana. Adelaida se llevó las manos a la boca para no gritar, y con presura ayudó a su hermana a levantarse. Ella con los ojos llenos de lágrimas y una mejilla que palpitaba, se reincorporó con temor.
-Cuida la forma como hablas del esclavo. No tolerare irregularidades en mi familia. Ahora enciérrense en sus habitaciones, no quiero escuchar un sollozo más, ni siquiera sus respiraciones ¡Vamos! ¡Corran!
Adelaida jaló a Diana, y la última aturdida por el golpe la siguió entre lágrimas de rabia. Se encerraron en la habitación de Adelaida y unos guardias se apostaron en la entrada, vigilándolas.
El llanto de ambas fue amargo. Acababan de pasar una noche de terror, para ser salvadas por un demonio. Adelaida abrazaba a Diana y acariciaba su cabello intentando darse ánimos la una a la otra.
-Odio a ese maldito viejo, lo odio. -Adelaida lloraba y maldecía, nadie más que ella podía odiar al esposo de su madre. -Pero, no puedes ponerte así Diana. No puedes actuar como una trastornada por un esclavo, qué tienes en la cabeza, casi nos matan por eso, ya basta, olvídate de él.
-No puedo y no lo haré. Debemos decirle a la reina lo que pasa, ella lo ayudará. Tenemos que escapar y...
-¡No! Ya a estas alturas tu esclavo debe estar muerto, entiéndelo, no iremos a ningún lado, no te ayudaré, calla y reprime tu absurdo dolor.
-No podemos dejarlo solo.
-A estado solo toda su vida, no te conoce, si es que a eso se le puede llamar conocer, sino desde hace un mes, es suficiente. Él esclavo habría estado mejor sin nosotras.
-Eso es seguro -bufó molesta-. Por tu culpa Lady Cowan supo de él, eres nefasta Adelaida.
-¡Qué! Casi morí por tu tonto enamoramiento, ahora me dices nefasta, tú, tú, eres una llorona tonta. Tu esclavo prefería a una sirvienta que a ti ¿Qué te dice eso Diana?
-¡Te odio!
Diana jaló los oscuros cabellos de Adelaida, y en un forcejeó ambas cayeron al suelo, comenzando una pelea de jalones, rasguños y mordidas, que ninguna ganaría.
***
Las amigas desayunaron temprano y cada una retornó a su hogar en cuanto pudieron.
Stephanie tuvo que ir al palacio a atender a los invitados, se topó con Arthur y aunque este se opuso, lo jaló con ella para visitar a David. Aimé quien vio a su hermanito seguir a su mamá de mala gana, decidió unirse a ellos, quería salir del palacio, respirar aire fresco y tal vez encontrarse personas en el camino. Tuvo que regañarse mentalmente cuando una persona en particular pasó por sus pensamientos.
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Ennoia. La esperanza de un corazón abatido
Ficción históricaUn Rey y una Reina marcados de por vida por la desaparición de su primogénito. Una joven princesa cansada de vivir bajo la sombra de su hermano perdido. Dos huérfanos unidos por lazos de sangre, guiados por otros hacia un camino incorrecto. ...