10 de Junio 1848. Lübeck. Alemania
Su vestido era mucho mejor que en su primera boda. Sus joyas más costosas. Las vajillas de la fiesta, todas de oro. Tendría la boda con la que siempre soñó, pero era una niña tonta cuando soñó con algo así, y ahora estaba ahí rodeada de todo lo que le causaba repulsión.
Observó su reflejo, así debía ser, una perfecta muñeca de porcelana, con su blanca piel, sus perfectos rizos castaños. Ya no era una joven doncella, tenía dos hijas crecidas en su haber y un esposo muerto.
Se dirigió a la ventana para ver el elegante carruaje que la esperaba, recordó su primera boda, lo feliz que estaba, lo recordó a él y lágrimas comenzaron a amenazar con dañar la lozanía de su rostro.
Respiró y respiró, debía ser fuerte, tenía que ser la de antes, esa mujer que nunca demostraba sus sentimientos, la meticulosa que actuaba movida por la razón, la conveniencia, y no por el corazón.
"Lo siento Edgard, es lo que debo hacer, pero sabes que eres el único que siempre amaré".
La puerta de su habitación se abrió y ella sonriendo salió. Le dio la bienvenida a ese día siendo Elizabeth Kenfrey viuda de Conrad, terminaría ese día siendo Elizabeth Cowan.
Un segundo matrimonio en dónde el interés sería la orden del día.
2 de mayo 1849. Holstein. Pursia.
Hanna llegó al establo dónde se encontraba David, pero se detuvo al ver a Lady Cowan ahí. Tuvo tiempo de esconderse antes de ser notada. Fue iluso de su parte pensar que podría pasar un día con David, él era un esclavo, así como ella, los esclavos no tenían días libres.
—No entiendo las razones de mi esposo para mantenerte escondido. Eres tan delicioso.
La fina señora frente a él sujetaba su rostro y le hablaba tan cerca que lo abrumaba. Cada vez sentía que rozaría sus labios y cada vez que eso pasaba solo cerraba los ojos para intentar pensar en Hanna.
—Nos divertiremos tanto, esclavo.
Artículo muy bien la última palabra, lanzando su caliente aliento sobre el rostro de David. Estaba fascinada con su blanca piel, con su exuberante color de ojos, y con aquellos finos labios que quería devorar. Ya no esperaría más, lo había hecho durante toda la noche.
Sin preámbulos rompió la distancia entre ellos, pero David temblaba, no quería eso. Su rostro simplemente esquivó el beso, él inconscientemente se alejó, no quería ese contacto con esa mujer.
El acto del esclavo solo alentó más a Esther, ella amaba cuando le tocaba alguien difícil. Dominar era lo suyo. Con más fuerza hundió sus uñas en el rostro de David obligándolo a mirarla.
—No estás aquí para rechazarme pequeño. Haré contigo lo que me venga en gana y serás obediente. Te portes bien o no, yo siempre saldré ganando. No se te olvide, esclavo.
Y así bien sujeto lo besó. Saboreó sus labios y David pudo sentir la gran diferencia entre ese beso y el que Hanna le dio. Solo quería empujar a la mujer lejos de él, tenía asco, pero estaba amarrado. Esther presionó más las uñas, logrando que abriera levemente la boca, momento que aprovechó para hundir su lengua en él. La sensación fue más desagradable para David, pero no pudo hacer nada.
—Así está mucho mejor. Decidiste ser obediente.
David bajó la mirada, estaba rojo y además tenía rabia e impotencia. Cada vez entendía más de qué iba todo eso, pero su mente no terminaba de resignarse a su destino.

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Ennoia. La esperanza de un corazón abatido
Ficción históricaUn Rey y una Reina marcados de por vida por la desaparición de su primogénito. Una joven princesa cansada de vivir bajo la sombra de su hermano perdido. Dos huérfanos unidos por lazos de sangre, guiados por otros hacia un camino incorrecto. ...