28 de mayo 1849. Londres.
Aimé no estaba nerviosa, aquello hasta le causaba sueño. Su presentación en sociedad para ella significaba tener que aguantar las adulaciones de un montón de príncipes torpes, lo peor de la situación es que en algún punto uno de esos príncipes llegaría a ser su esposo, y no quería pensar en eso, la sola idea la enfermaba. De ser posible, incluso permanecería soltera como la reina Elizabeth.
Elisa a su lado era la que no dejaba de brincar diciéndole a cada rato los caballeros que entraban al salón. Para Elisa todos eran espectaculares.
—¿Lista su Alteza? —preguntó Arhtur entrando al salón dónde Aimé y Elisa esperaban.
—Arthur estás hermoso —Aimé con emoción se acercó para apretujar sus cachetes.
—¡Aimé! —replicó Arthur alejándose.
—Sí, Arthur te ves muy bien, hasta pareces tener más edad. Si fuera menor soñaría contigo.
—Gracias a Dios que soy menor que tú.
—¡Arthur! Deja de ser malo con Elisa —regañó Aimé.
—Déjalo, déjalo. Que siga comportándose así, yo disfrutaré de ver su cara cuando le diga a Diana de los sentimientos del principito para con ella.
—No te atrevas.
—¿Ahora sí tienes miedo, príncipe?
—¡Ya basta! Elisa ve entrando ya al salón, tus padres deben estar preguntándose por ti.
Elisa sonriendo miró con desafío a Arthur antes de salir, debía admitir que siempre era divertido molestar al hermano menor de su amiga. Arthur por su parte, pasó de la rabia al nerviosismo, sabía que Elisa era capaz de contarle todo a Diana, y solo pensarlo alteraba sus nervios.
—No dirá nada, no te preocupes. Aunque sí sabes que eso que sientes es imposible ¿No? Es un enamoramiento de niño, pero no irá nunca a más allá. Tú eres un niño Arthur, estas muy joven para pensar en esas cosas.
—¿Y tú estás muy vieja?
—Ni yo pienso en esas cosas.
—Entonces ¿Por qué tantas salidas a escondidas con el herrero?
—Era solo amistad, y no vuelvas a insinuar nada.
—Está bien, lo siento Aimé. Estás muy hermosa. Me sentiré orgulloso de llevarte de la mano.
Arthur con cariño besó su mejilla. Aimé resplandecía con ese vestido dorado que hacía contraste con sus largos cabellos. Era la perfecta princesa dorada.
—Me llevarás de la mano, bailarás conmigo y no me dejarás sola ni un solo instante, ni siquiera para ir a estar mirando de lejos a Diana Cowan ¿Entendiste?
Arthur asintió de mala manera y con la mano de Aimé en su brazo comenzaron a dirigirse al salón, donde ya todos los esperaban.
***
Owen iba acompañado de uno de sus profesores, Sebastian Simic, quien era un importante conde en Bélgica, así que Owen sería presentado como su sobrino.
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Ennoia. La esperanza de un corazón abatido
Ficción históricaUn Rey y una Reina marcados de por vida por la desaparición de su primogénito. Una joven princesa cansada de vivir bajo la sombra de su hermano perdido. Dos huérfanos unidos por lazos de sangre, guiados por otros hacia un camino incorrecto. ...