Capítulo 4

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Dado que era miércoles, veníamos un poco antes con el fin de prepararnos para el día fuerte de la semana: el jueves. En las últimas semanas había buscado evasivas para escabullirme y dibujar al boxeador, pero vistos los sucesos de los últimos dos días, ya no era necesario. Tenía la tarde libre y la despensa y el frigorífico estaban a rebosar después del cargamento de la mañana, así que las posibilidades para el plato estrella de la semana eran infinitas.

La carne era lo que más habíamos echado en falta, así que elegimos como plato albóndigas en salsa, la vieja receta de Nina. La última vez que las habíamos ofrecido había sido en marzo, así que sería una grata sorpresa para los clientes habituales. Nina empezó por picar la carne, que mezclaba más tarde con el pan, la cebolla, la leche y el huevo. Yo mientras tanto reunía los ingredientes para la salsa siguiendo sus órdenes. Ella siempre decía que como mejor se cocinaba era con amor. "¿Te refieres a estando enamorado o dándole amor a los alimentos? Porque no entiendo la frase en ninguno de los casos", le dije. Soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza, ¿cómo iba a darle amor a una cebolla? Y ¿en qué afectaría eso a la comida? Tampoco es que si yo estuviese enamorado influiría. Una hora y media más tarde, Pierre sacó la última tanda de la sartén. Habíamos dejado mezcla suficiente para el día siguiente.

Mark no tardó en aparecer dando órdenes. Ya teníamos dos mesas esperando a que les tomasen nota, y Mark se ponía muy serio cuando se trataba de dinero. Los fuegos de la cocina me habían acalorado más de lo normal, así que recogí mi pelo, esta vez en una cola (había crecido tanto que ya no se sostenía en el moño), me subí las mangas y me até un delantal blanco a la cintura. Cogí el bloc de notas y me puse manos a la obra.

Entre las caras de esa noche visualicé al señor Maes, el dueño de la tienda de electrodomésticos. Hacía mucho tiempo que no le veía. Sospeché que no puede permitirse salir a cenar muy a menudo, su gremio no estaba precisamente en alza. La segunda mesa la ocupaba una pareja que desconocía.

A las nueve y media quedaban cuatro mesas, todas servidas. Habíamos tenido menos clientes de lo esperado. Sobrarían albóndigas, lo que en parte me alegraba, pues tocaba buena cena. Cuando había sobras nos lo repartíamos entre los cuatro. Nina y yo, con la excusa de que éramos dos, siempre nos llevábamos raciones más grandes.

Aburrida y esperando ordenes, me paseaba de un lado a otro del local, rellenando servilleteros u ordenando los utensilios. No me gustaba no tener nada que hacer.

—Hola —oí tras mi espalda mientras retiraba los restos de una de las mesas, ahora libre. Ese áspero y bajo tono era inconfundible, ¿cómo no le oí entrar? Dejé el paño y me giré en un raudo movimiento. Tenía por seguro que el peso del día era visible en mi rostro y que, debido a la cantidad de greñas que caían por este, mi peinado no podía estar mucho mejor. Estaba hecha un desastre, y por alguna razón me incomodaba que Harry me viese así.

—Hola —salté al instante recogiendo una de las greñas. Obstaculizaba mi visión, y justo ahora, me urgía tener buena visión. Cuando al fin había durado más de dos horas sin pensar en él, aquí le tenía de nuevo. Era como si lo estuviese haciendo adrede.

—¿Podemos hablar ahora? —y rascó su nuca. Había añadido a su vestimenta de la mañana un abrigo marrón y un gorro gris que acababa de retirar, dejando libre su pelo alborotado. Sonaba insistente, pero de una forma amable en comparación con esa mañana. De nuevo, con su nariz sonrojada por el frío, parecía mucho más indefenso que en nuestro primer encuentro.

—Verás...—me detuve al ver como Nina salía de la cocina. Genial, se pondría a escuchar la conversación—. Todavía no he terminado —completé la respuesta. Me sentía casi culpable por darle otra negativa.

Cierra los ojos (Harry Styles AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora