Capítulo 1

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Juliette's era el único local del barrio. Un local flexible hay que decir. Si querías un café y un croissant, Juliette's te lo servía; necesitabas un almuerzo, "ve a Juliette's"; ¿querías un trago el sábado por la noche? también irás a Juliette's. Era el punto de encuentro de nuestro pequeño barrio en Koekelberg así que si buscabas a alguien es muy posible que se hallase en Juliette's. Guardé mis bocetos y utensilios en la mochila y me apresuré en abrir el candado.

Para mi sorpresa, a las 19.59, con un derrape que casi me hizo perder el equilibrio, aparqué la bici en la puerta trasera del local. Me recogí el pelo y rápidamente me adentré en la cocina. "¡Ya estoy aquí!" grité para dar testimonio de mi llegada. Harry y su indescifrable rostro me habían hecho llegar fuera de horario dos veces esa semana, y Marc no estaba muy contento al respecto. Mi escusa era haberme quedado dormida. Ya habría estado en la calle de no ser porque, gracias a Dios, por alguna razón inexplicable, ese anciano me había cogido cariño.

—Chica, había apostado con Pierre que hoy también llegabas tarde — Oí desde la parrilla mientras me colocaba el delantal.

Nina se encargaba principalmente de fregar platos, pero en los días fuertes se hacía también con la espátula. Con cincuenta y seis años, moño desgreñado y unos cuantos kilos de más (ganados a raíz de la menopausia) era además mi compañera de piso. Ella me ayudó a encontrar trabajo, así que era para mí mucho más que una compañera: segunda madre, salvadora y amiga. Claramente era una amistad forjada por las circunstancias. De haber estado en mi país estudiando en un instituto, nunca habría tenido como mejor amiga a una señora en sus cincuenta. Aun así tengo que aclarar que Nina, dejando de lado sus inevitables manías como la de zurcir los calcetines, tenía un espíritu joven, una especial empatía hacia la juventud. Me entendía, me escuchaba y se preocupaba por mí, al igual que yo por ella. Formábamos un tándem insuperable.

Dejé escapar una carcajada y tras golpear ligeramente su hombro me asomé a la ventanilla de pedidos para echar un vistazo a la clientela.

La familia Goosens disfrutaba de su hamburguesa; el carnicero y el frutero brindaban con una cerveza, felices de poder disfrutarla a escondidas sus respectivas esposas y por supuesto, ahí está el agente Dubois desperdiciando el escaso sueldo en rondas. Los jueves por la noche Juliette's solía estar repleto. Proyectaban películas en la filmoteca de enfrente y todos aprovechaban para cenar a la salida.

En Juliette's durante el día se usaba la barra para rellenarla de sándwiches y repostería, por la noche, se transformaba en soporte para los codos de los borrachos. A veces me preguntaba si esa idea de local multiusos fue una ocurrencia propia o se había ido desarrollando por sí sola. Mark, con sus continuas charlas de fútbol y boxeo, malas maneras y casi analfabetismo no aparentaba ser un emprendedor de la restauración precisamente, y al fin y al cabo, el suyo era el único local del barrio, así que me declinaba por la segunda posibilidad.

Pierre tenía el turno de mediodía mientras que yo cubría la noche, y generalmente, la mañana. Me cedió el bloc de notas y me despidió con una palmada. Yo ganaba lo justo para sobrevivir y para nada me quejaba. En los tiempos que corrían era para muchos mi situación privilegiada.

Gracias a las grandes potencias mundiales y la incompetencia política lo que habría sido una crisis económica más, iba derivando a la peor crisis de todos los tiempos: una crisis mundial alimentada por el anterior consumismo. Los avances del último siglo se iban anulando, nos sentíamos retroceder en el tiempo. Los medios de transporte y las más novedosas tecnologías resultaban ahora inaccesibles para la mayor parte de la población. Las cabinas telefónicas volvían a funcionar; la entrada a cines (cuyas salas se llenaban cada fin de semana) había recobrado su valor inicial; los autobuses y bicicletas eran nuestro medio de transporte y llevar una alimentación equilibrada era casi imposible por el elevado precio de los productos. Se había ido así consolidando, poco a poco, una sociedad extremadamente jerarquizada y clasista: unos eran muy pobres, otros éramos simplemente pobres y por último una minoría era fuertemente rica. Una minoría que sí podía acceder a los estudios, a una sanidad digna, a los manjares, a Internet y a los coches. Una minoría que no habrías encontrado por nada en el mundo en un barrio como el nuestro.

Cierra los ojos (Harry Styles AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora