¡Pues nos mojamos!

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Mintió. Al decirme que nos veríamos mañana, mintió; el sábado, el día después del beso, no me mandó ningún mensaje ni me llamó. Compró ropa para mí, sin MÍ y la trajo a casa justo en el momento en el que me fui a dar una vuelta. Pasé todo el fin de semana en el jardín, bebiendo té o cerveza sin alcohol y torturándome por aquello. Volvía a ser lunes, así que no se escaparía; tendría que llevarme al instituto igualmente.
Me vestí y me maquillé un poco, después me senté en el sofá y esperé a oír el pitido del coche de Sean. Afortunadamente, lo oí, y salí rápidamente con la mochila. Al verle, lo único que hice fue sentarme en el coche. Tenía pensadas muchas cosas que decirle, pero en aquel momento me olvidé de todo.

—Buenos días.—Habló mientras se sentaba.

Sonaba serio.

—Buenos días.

No nos dijimos nada en todo el camino, lo único que hizo Sean fue ofrecerme su bollo, el cual rechacé. Al llegar al instituto, Sean aparcó y antes de que pudiera salir del coche, cerró todas las puertas pulsando un botón.

—Liana.

Le miré por primera vez a los ojos.

—Lo que pasó el viernes no tenía que haber pasado, y reconozco que fue culpa mía, debí apartarme.

—Lo sé.—Asentí con la cabeza.—Supongo que me sentí un poco confundida, y tranquilo, no diré nada a nadie, porque entiendo que tengas novia y te preocupe que se entere...

—¿Qué?—Preguntó.—No tengo novia, pero...—Alzó un poco la voz.—¿De verdad? ¿Crees que el problema sería que tuviera novia? ¡Te saco ocho años! Me puede caer una buena por esto, ¡aún eres una cría!

Le miré durante unos segundos y noté que se había dado cuenta de que me acababa de gritar.

—¿Sabes?—Dije y se me aguaron los ojos.—El que se comportó como un crío fuiste tú, al ignorarme durante todo el fin de semana por miedo.

Algunas lagrimas brotaron por mis mejillas y rápidamente me las sequé. Pulsé el botón para que se abrieran las puertas y salí del coche. Oí como Sean salía del coche y me llamaba, pero aceleré el paso y entré en el instituto. Ya no me hicieron tanto caso los de mi clase, y eso me tranquilizó.

Al final de la penúltima clase, el psicólogo volvió a llamarme. Fuimos a su despacho y volví a sentarme en el mismo sitio que el otro día.

—¿No había dicho que sólo hablaba con los nuevos?—Pregunté.

—Me has gustado y he decidido volver a verte.—Dijo y sonrió irónicamente.—Y sigues siendo nueva.

Asentí con la cabeza, casi ignorando lo que había dicho y aparté la vista.

—¿Te pasa algo?

—Me desperté de mal humor, a veces pasa.

—¿Hay algo que quieras contarme?—Preguntó.

Le miré y negué con la cabeza, ¿por qué era tan cotilla?

—Pareces tener muchos secretos Liana.

—Como todas las personas, ¿no?

—Pero tú pareces ocultar algo importante.—Habló y se apoyó en la mesa.

—¿Y qué más da si lo que oculto es importante o no?

Marcos me fulminó con la mirada.

—Entonces, no niegas ocultar algo importante.

Le miré y me reí.

—Tío, te meteré una hostia al final, por pesado.—Me levanté y caminé hacia la puerta.

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