II

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Luego de varios intentos fallidos por zafarnos de sus agarres, decidimos dejar que nos llevasen. Si nos mantenían con vida escaparíamos durante la noche.
El camino se había vuelto pesado, pero el bosque se iba haciendo más oscuro con cada paso. Caminamos al rededor de una hora, pensando en la forma en la que podríamos escapar.

Nunca antes había ido a esa parte del bosque y mi hermana sólo les miraba con odio. Las fuerzas ya nos faltaban. No habíamos comido en todo el día y caminar tanto nos tenía casi desfallecidas.

– Noah, tal vez debamos descansar. —señaló uno. — Están exhaustas. No creó que puedan dar un paso más.

El joven asintió y señaló un árbol cercano, donde nos sentaríamos un momento.
En todo el camino nadie había dicho una sola palabra y el silencio gobernaba el bosque.

Poco a poco, el nombre de Noah se me vino a la cabeza. En ese preciso momento quise formular una única pregunta, pero fui interrumpida...

– ¿Qué son ustedes? —dijo Noah con amabilidad. — ¿Ninfas?

– Humanas. —respondí. Parecía que había dicho algo malo, porque ambos se miraron asustados.

– Ya no quedan humanos en éste bosque. Hace años hubo una aldea que se prendió en...

– En llamas. —interrumpió Abigaíl. —Lo sabemos. Estuvimos ahí. Todo comenzó porque un chico que en ese entonces tenía cinco, tal vez seis años entró a la aldea. Sólo buscaba algo de comer y los aldeanos lo atacaron. Del susto comenzó a correr despavorido por todo el lugar, tirando toda antorcha que se cruzaba por su camino. Una de ellas...

– Una de ellas cayó sobre un puesto de comida y así comenzó el incendio. —continúe yo con el relato mientras veía las expresiones de los chicos. Uno nos escuchaba atento, mientras que el otro me analizaba con la mirada. En su cara podía ver que pensaba en algo, y algo en el me recordaba a ese día. — Mi madre, logró salir de la aldea junto con nosotras. El pequeño salió también. Comenzó a correr y se nos adelanto. Corrió y corrió hasta que lo perdimos de vista.

Entonces lo vi. Vi lo que el muchacho tenía. Lo reconocí, y él a nosotras.

Hablamos un rato de lo que pasó después de que se fue aquel día. Y nos invitó a su casa. Sabía que no podía confiar en ellos, sabía que si me distraía y bajaba la guardia nos podrían asesinar a sangre fría; pero por algún motivo confíe en ellos y seguimos el camino.

Luego de un par de minutos, llegamos a un inmenso árbol, las hojas ya caídas gracias al otoño daban un toque tétrico a esa parte del bosque. Un pequeño agujero se situaba a un costado y nos invitaron a pasar primero. Nos arrastramos un poco. Pero al final, valió la pena.

El árbol era más inmenso de lo que me había imaginado, el árbol no era del todo hueco, había una gran mesa de madera del interior del mismo árbol y sillas que acompañaban el comedor. Ingeniosamente había un tubo de caña perforando un pedazo del árbol que también se conectaba a una pequeña fogata, y el humo que está arrojaba salía por los tubos de caña. Había también otros pedazos de raíces que subían por el tronco.

Miré a mi alrededor y unas escaleras de madera con forma de caracol subían a lo largo del tronco. Arriba se escuchaba una risa.

– ¡Ya llegamos, muchachos! —gritó Jonathan, el muchacho que acompañaba a Noah. — Traemos visitas.

En un momento había bajado un chico.
Nos miraba extrañado pero se presentó muy amablemente después de pensar que eramos la comida.

– ¡Hey hermano, más te vale haber traído algo de comer! —dijo un muchacho mientras bajaba. — ¿Son la comida?

– ¡No! Thiago tu sólo piensas en comer. —regañó Jonathan al muchacho.

– Hola chicos, ¿traen las bayas que les pedí? — dijo una joven saliendo de un lado del tronco. —¡Ay, hola! No las vi. Soy Ágata, una ninfa del bosque. — extendió su muñeca. Yo estire la mía para estrecharla, luego fue mi hermana y hable yo.

– Soy Anastasia y ella es mi hermana Abigaíl.

Sólo cuatro vivían en el gran árbol: Ágata, Noah, Jonathan y Thiago. Parecían ser una gran familia; excepto por la especie.

Cenamos juntos y charlamos un poco. Contamos como habíamos sobrevivido todos estos años. Ágata nos contó que hacia siglos su casa estaba situada justo en el claro del oeste donde las ninfas de agua y bosque vivían en armonía. Pero luego de unos años unos hombres sin cola, con armas extrañas que disparaban fuego las obligaron a irse.

Las ninfas no se fueron sin pelear. Muchas vidas se perdieron en esa batalla que duró al rededor de 10 años. Pero al final, el ser humano ganó la batalla.
Ágata tenía una madre y hermanas que fallecieron gracias a la causa humana y un día a punto de morir...

– Los encontré. Noah, Jonathan y Thiago me dieron una familia nueva, una familia que me apoya y se los agradezco mucho... —dijo mirando a los muchachos con una dulce sonrisa pintada en su rostro.

Mi hermana y yo estábamos tan avergonzadas de nuestros antepasados. Todas esas historias eran mentiras. Y en vez de que ellos fueran monstruos... Eramos nosotros....

Nuestra Loca FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora