So Close But So Far Away.

Capítulo 17

Crucé el marco que separaba la cocina de la sala, el ambiente estaba tenso, o al menos para mí, porque no me gustan mucho los rezos nocturnos en la casa de mi abuela, que invita al barrio entero, creyéndose la vecina perfecta. Las personas se reunían en las sillas alrededor de la figura de la Virgen María, todas con grandes abrigos, como si hiciera mucho frío. La mayoría eran señoras mayores, de esas que durante el rosario ven a los niños como criaturas del mal y que con el mínimo atisbo de sonidos que no sean parte de lo que se debe hacer, miran al causante de este con los ojos llenos de fuego ardiente. Otros eran niños y adolecentes obligados por sus madres a ir, también estaban las señoras cotilla que llegaban sólo para parecer devotas ante los ojos del barrio y probar la comida de después, también estaban las personas que iban por compromiso y otras que ni siquiera viven cerca.

Me senté en una silla de atrás, como siempre, yo también era de los que sus mamás obligaban a ir, pero yo podía circular libremente por la casa porque había pasado una gran parte de mi vida allí y yo pertenezco a esa familia.

Cuando estaban a punto de comenzar llegó un chico (no tan chico) alto con camisa de seda blanca con pequeños puntos negros, pantalones negros tallados y botines cafés, un estilo impecable. Pasó enfrente de todos los presentes y se sentó en una esquina de los asientos delanteros. Su cabello relucía, café, largo, con rulos. Llevaba unos anteojos de sol que me impidieron ver el color de sus ojos, pero pude ver su nariz y su boca, irrevocablemente conocido.

Durante toda la actividad quise hablarle, acercarme o lo que sea, esta sería la única oportunidad. Había algo que me lo impedía, algo invisible que me ataba a la silla. Sentí una opresión incomparable en el pecho, necesito acercarme a él.

Cuando terminó todos se acomodaron en sus asientos, en espera de los bocadillos, los cuales juzgarían fuertemente el fin de semana con aquella vecina que no llegó. Él se levantó y se encaminó con dificultad a la puerta, me levanté de un salto y empecé a esquivar cuerpos que empezaron a perder sus rostros, y la habitación empezó a sumirse en la penumbra, sólo iluminándolo a él, a mí y al espacio entre nosotros.

-"¡Harry!" Intenté gritar mas no salió ni una leve exclamación de mi boca, sólo se movió para gesticular la palabra, pero no sonó.

Cruzó la puerta y lo perdí de vista, pero tal vez corriendo lo alcance.

Mi madre me llamó antes de empezar a correr, a medida que me iba volviendo hacia ella la habitación adquiría la luz y el color que había perdido. La vi señalando una bandeja para que yo repartiera comida entre los presentes.

En ese momento supe que se había ido y no volvería, mi oportunidad se desvaneció lentamente en el aire.

Desperté con un extraño dolor de cabeza y con restos del último sueño esparcidos por mi mente.

Mi teléfono vibró sobre la cama e instintivamente supe quién era.

"Llegamos el lunes, no podemos el sábado ni el domingo."

Y me equivoqué, era mi madre. Ahora yo sería la informante.

Antes de quemar más mi cerebro pensando en qué hacer mandé un sólo texto, alejándome de cualquier duda que podría llegar.

"Harvey, cóbrame un favor. Ven a recogerme a las dos y media, por favor."

No esperé respuesta, me levanté y conecté el teléfono al cargador, para después bajar descalza por las escaleras.

-¡Vienen el lunes! -grité desde la sala para que me oyeran, supuse que mi padre y hermana seguían en casa ya que sólo eran las siete y veinte de la mañana.

Era jueves y, por alguna razón que yo desconocía, no tenía clases. Fui a la cocina y me preparé el desayuno, algo sencillo porque mi flojera relucía a kilómetros; pan blanco con mantequilla de maní y té negro caliente con leche.