Capitulo 34.

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  —¿A dónde vamos? —pregunté, con la cabeza recostada en la ventanilla del auto. Justin conducía a no sé dónde desde ya mucho tiempo. Había sido un logro que preguntara en este momento, y no antes.

—A un lugar —respondió, con la vista fija en el camino. Rodé los ojos, no contenta al quedarme sin una respuesta.

—Ja, ja —dije, sarcásticamente—. De verdad, Justin, ¿a dónde vamos? —Obtuve su silencio como respuesta, fruncí el ceño, mientras volteaba la vista.

Transcurrieron otros treinta minutos, en los que sólo la música se escuchaba, ninguna palabra salió de nuestros labios hasta que él por fin estacionó y me indicó que podía ya salir.

—¿Dónde estamos? —Miré a mi alrededor, el cual estaba formado sólo por césped, tierra, plantas y árboles. Debían ser las cinco de la tarde cuando mucho, pero supuse que entre aquellos troncos y ramas, se vería más oscuro.

—Uno de mis lugares preferidos —contestó, admirando la gran belleza natural que nos rodeaba. Lo había capturado por completo, tanto, que ni siquiera me miró.

Tras unos minutos de silencio, cogió mi mano, y me llevó dentro del bosque. Una parte de mí me decía a gritos que saliera de ahí, pero la parte que me pedía que confiara en Justin era más fuerte. No protesté ni dije palabra alguna, mis piernas se movían y seguían a Justin.
Ya un poco lejos del auto de Justin —y de la salida—, él se detuvo, y yo también lo hice.

—Veremos si puedes volar... —Tragué saliva, ¿alguna vez mencioné que sufría de vértigo? Tal vez se me pasó.

—Justin, a mí me dan miedo las alturas —confesé.

—No será la gran cosa, jamás te pondría en peligro a propósito.

—¿Y si caigo?

—Yo te esperaré con los brazos abiertos para atraparte entonces.

—Está bien. Confío en ti. —Y él me tomó en brazos de repente. Cerré los ojos, mientras sentía que la brisa en mi rostro y que él ya no me sostenía. Era como si me hubiese lanzado al aire.

Antes de que pudiera siquiera chillar, sus brazos volvieron a sujetarme. Pasaron segundos hasta que decidí abrir los ojos y darme cuenta de que estábamos suspendidos en el aire.

—Justin, ¡¿qué...?! —Interrumpió, haciendo un gesto para que me callara.

—Haz como cuando estábamos en el techo de mi casa. Sólo impúlsate.
Bueno, ahora me sentía como en La Tierra De Nunca Jamás mientras Peter Pan me decía que debía tener fe, confianza y polvillo de hada. ¡No se puede volar!

[...]

—Justin, ya estoy cansada —jadeé, habíamos estado de un lado para otro, 'volando'.

—Ven aquí. —Seguí el sonido de su voz, que hizo que bajara la vista para verlo en el suelo.

Me dejé caer, porque sabía que Justin estaba esperándome abajo. Y me atrapó.

Pasamos como dos horas en ese lugar. Fue divertido, pero agotador. Casi me caí desde una gran altura, pero Justin no dio tiempo a que me lastimara. Una vez que aprendí —lo cual me sorprendió—, reté a Justin a una carrera.
Sentí que estaba hecha de plomo, apenas pude caminar y él lo notó, así que me cargó hasta el auto. Abroché el cinturón y me recosté de la ventanilla.

—Pequeña, despierta. Llegamos a tu casa. —Tomó mi brazo y me ayudó a levantar.

Caminamos hacia mi casa. Se despidió de mí con fugaz beso en la mejilla, que fue capaz de mandarme a la luna por un par de segundos.
—¿Qué tal estuvo el paseo?

—Agotador, mamá —contesté—. ¿Quién lo diría? —Subía las escaleras, para ir a mi cuarto, no sin antes desearles a mis padres las buenas noches.

Al llegar el día siguiente, no me sentía cansada, sino todo lo contrario. "El Dawnlex seguía en mi sangre", pensé.

Creí por un segundo que mi cuerpo dolería a mil por lo del día anterior. Y no fue así.
Estaba como nueva, digna de una chica que hubiese dormido ocho horas por lo menos. Sabemos que muchas personas no descansan durante ese tiempo.

Quise saltarme el desayuno, pero cuando inhalé el aroma de unos panqueques con chocolate, me vi obligada a cambiar de opinión. Era eso, o matarme luego en la escuela tan pronto como escuchase mi estómago rugir por el hambre.

Prácticamente los devoré, y tomé un vaso de leche con chocolate para no atragantarme. Cuando estuve lista, cogí la mochila antes de salir de mi hogar.

[...]

—¿Qué tienes, pequeña? —preguntó, mirándome a los ojos con preocupación. Tomó mis brazos suavemente. Se puso de rodillas para quedar a la misma altura en la que yo estaba.
Era la hora de Educación Física, ya estaba vistiendo mis pantalones cortos con líneas en los lados, junto con mis zapatillas deportivas y mi camiseta con el logo del instituto. Kim recogió mi cabello en una coleta alta, como siempre hacía durante esa hora.

El juego del día era Kickball. Ya sabes, pateas la pelota y corres a la base más cercana, algo así. Llegó mi turno. Usualmente, prefería pasar de ese juego y jugar ajedrez con la profesora. Era considerado un deporte, así ganaba los puntos para mis calificaciones y
todos felices.

Pero ese día era distinto. Me sentía con ganas de intentarlo, a pesar de que no fuera la mejor en el área de los deportes. Estaba hiperactiva, desde el inicio del día. Desde que abrí los ojos esta mañana. Costaría mucho el poder quedarme sentada, moviendo fichas negras o blancas con la señorita McCarthy frente a mí.

—¡Vamos, Emma! —exclamó mi mejor amiga sentada en las gradas. Había fingido lastimarse la rodilla, y por eso no haría ejercicio. O al menos este día.

El chico que lanzaría la pelota me guiñó un ojo, a sabiendas de que yo no era la más deportiva. La iba a rodar lentamente, por primera vez. Y es a que Kevin Jones lo consideraban como el mejor de toda la escuela en deporte. Era atractivo, para varias chicas, yo no era la excepción. Su cabello negro revuelto y aquellos ojos verdes «encenderían las hormonas de cualquier jovencita». Estaba de acuerdo con ello, pero no con tanta exageración. Por increíble que pareciera, Kev no era un chico egocéntrico —tenía sus momentos para brillar, donde lo hacía con estilo, pero nada más ahí, después era alguien normal— como aquel imbécil que intentó besarme en el campamento. Siendo un chico de lo más dulce y tierno como Kevin, muchos se sorprendían al enterarse de que no tenía novia. Él decía que «esperaba por la ideal». ¡Más chicos como Kevin Jones, por favor!

La pelota vino rodando frente a mí, con una impresionante precisión, digna de un gran jugador que la había impulsado. Moví mi pie hacia adelante, golpeando el rojo objeto redondo con suavidad. O eso pensé.

Cuando me aseguré de que podía correr, lo hice, por todas las bases, e incluso regresé a donde me encontraba. Había dado una vuelta completa —no sé de deportes, aprecien que lo intento—. Volví a olvidar las nuevas habilidades que habían sido inyectadas en mi brazo. Todos me miraban con asombro. Permanecí estática por un momento. Después, abandoné el lugar tras decir «no me siento bien».

Tenía unas ganas terribles de llorar, y un dolor de cabeza que se sentía más fuerte las acompañaba. Al llegar a la enfermería, tomé una aspirina y salí al lugar donde sabía que recibiría ayuda.

Justin vio mi cara mezclada de terror y preocupación, a través del cristal rectangular de la puerta. Me sentía mal por hacer que saliera de su clase de Química. Lo observé moviendo sus labios, pidiendo permiso para salir. Se levantó de su silla —la cual se encontraba en la última fila y en una esquina—, a la vez que se aproximaba a la salida.

—Tengo miedo de que se hayan dado cuenta —hablé, me sentí a mí misma temblando con cada palabra que salía de mi boca. Nos encontrábamos frente a la enfermería, sentados en el suelo.

—Seguro ha sido tu imaginación. —Frotó mis brazos de manera reconfortante—. Creo que lo mejor es que ya no vuelvas a usar el Dawnlex otra vez —me aseguró.

—No —respondí rápidamente—. Sólo quiero aprender a controlarme, nada más. Con el Dawnlex estoy bien. Pero me asusté mucho, Justin. —Me lancé a sus brazos, mientras me preguntaba qué pasaría si llegasen a enterarse de lo que Justin era en realidad. Ese pensamiento me hizo estremecer.

—Si te asustas, no piensas con claridad. El miedo bloquea nuestra mente, olvídate de él, porque estás conmigo y yo te voy a proteger. Siempre. —Apartó un mechón de cabello que cubría parte de mi rostro, dejando al descubierto mis mejillas rojas y húmedas. Quizás estaba despeinada por todo este ajetreo—. Tampoco tienes que llorar, no me gusta verte así, pequeña.

[...]

—¿Segura de que tus padres aceptaron? —Justin preguntó. Su espalda vibraba cada vez que él decía algo. Me estaba cargando. Salimos de la escuela y le había pedido que me comprara un helado. Él decidió levantarme en su espalda. Parecía una niña pequeña, y me gustaba.


Not An Ordinary Boy. -Justin Bieber-.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora