En la mañana del 26 de abril de 1986 todo parecía en orden en la localidad ucraniana de Pripyat, el pasto seguía siendo verde, el aire fresco y cálido de primavera y los habitantes comenzaban un nuevo día arando la tierra fértil para sembrar hortalizas y atendiendo el ganado. Nadie en la localidad se percató de que el reactor número 4 de la central nuclear Vladimir Lenin literalmente explotó en mil pedazos. Esa gente estaba siendo parte del peor accidente nuclear, único evento considerando con el más alto grado de peligrosidad posible en la escala de accidentes nucleares, y ni siquiera lo sabía. Los resultados fueron horrorosos: una lluvia radiactiva doscientas veces mayor que cuando cayó la bomba atómica de Hiroshima. Espectáculo que conmovió a todo el mundo.
La catástrofe convirtió la localidad soviética de Pripyat en una ciudad fantasma. A partir de ese suceso, ese pequeño pueblo (que prometía ser una importante ciudad industrial) se convirtió en una puerta hacia lo desconocido. Esta ciudad, rodeada de treinta kilómetros cuadrados de bosque contaminado de radiación se le denominó "Zona de Alienación", o algunos incluso le llamaron "Zona muerta". Esta zona descansa silenciosamente sobre el norte de Ucrania siendo una reliquia de otra época de la historia, y un reflejo del mal aprovechamiento de una fuente de energía.
Tras la evacuación de todos los ciudadanos, ese lugar permaneció inalterado, podría decirse incluso que se congeló en el tiempo. Muchísimas vidas fueron arrebatadas ese día, cuyas almas vacías pasean en el vacío de la ciudad. Se dice que alrededor de 700 personas volvieron, tras la evacuación, a residir en las zonas contaminadas de Chernóbil. Ignorando todas las advertencias de los expertos sobre lo peligroso que se convirtió la zona. Los años pasaban y aquellos se adaptaron a la nueva vida. La última vez que se les entrevistó algunos afirmaron, con grandes sonrisas, que contaban con una gran ciudad para ellos solos. Irradiaban felicidad, aunque por dentro se pudrían, literalmente. Poco a poco sus organismos sufrían cambios drásticos. Mutaciones. Y luego, la muerte le precedía.
Unos cuantos exploradores visitaron la zona hace ya varios años, durante su estancia en la ciudad (muy breve, por cierto) afirmaron ver unas criaturas extrañas vigilándoles desde el espeso bosque o desde las ventanas más altas. Por supuesto esas historias fueron catalogadas como leyendas: 'Las leyendas de Pripyat', les llamaron los diarios.
Varios expertos en física nuclear coincidieron y afirmaban que aquella zona estaría inhabitable por unos veinte mil años. Prohibida para el hombre, único lugar en la tierra donde la naturaleza era dueña. Nunca nadie imaginó que, treinta años después del accidente, un hombre apareciera para salvar la desdicha del lugar. Que destruyó un imperio eterno de treinta años de soledad en sesenta días y que reconstruyó una zona devastada en una próspera, moderna y digna ciudad para vivir. Cabe recalcar que pudo vencer la soledad del sitio, pero no arrancó la raíz del problema: la radiación. Solo descubrió una proteína, que servía como impermeable, contra la radiación. O al menos eso creía.
Y aunque nadie podía verlos ni quería creerlo aquellos seres de las leyendas eran tan reales como la devastación del lugar (evento que resultó ser una noticia increíble en su momento pues nadie desconfiaba de las habilidades soviéticas). Las criaturas estaban ahí, vivían ahí. Pripyat era su hogar desde hace más de veinte años. Vigilaban la ciudad como monstros guardianes de un castillo embrujado. Vieron llegar a aquel hombre con sus ayudantes. Vieron arribar a los gobernantes y los medios de comunicación de la nación ucraniana en aquella tarde de inauguración. No entendían que estaban por perder su hogar. Vieron llegar a miles de trabajadores, entre obreros e ingenieros, médicos y científicos, gobernantes y civiles adinerados para comenzar el plan de reconstrucción. Vieron la repoblación de la ciudad en menos de sesenta horas. Sabían que los nuevos habitantes eran un riesgo inminente en sus vidas, sabían que las personas los destruirían en un futuro cercano, sabían que las personas eran peligrosas y les temían. No permitían que nadie se acercara a su nido, la central nuclear, y cada que alguien lo intentase, consciente o no de hacerlo, ellos atacaban. Se protegían de los extraños humanos. En un par de ocasiones intentaron invadir las zonas habitadas, pero algo se los impedía; un ardor e insensibilidad les obligaba a retroceder antes de ingresar a las partes reconstruidas. Y eso protegía a la ciudad de un ataque masivo.
Pero aquella noche en que todo cambió, la noche en que ellos gobernaron la ciudad, un equipo completo de militares ingresó sin temor a la central nuclear, nadie sabía para qué. Otro evento catastrófico se desmoronó, la energía eléctrica se cortó y aquellos mutantes lograron ingresar a la ciudad. Atacar a sangre fría a esos extraños que invadieron su hogar, que pronto se extendería hasta el último rincón de la zona de alienación. Iniciando así la denominada era radioactiva.
En ese ataque tenían dos misiones: la primera, destruir a todos los invasores para recuperar su hogar y, la segunda, encontrar a ese hombre causante de la reconstrucción. A ese hombre que olfatearon desde aquella noche en que se llevaron a uno de sus compañeros, a ese hombre que vigilaron por días y que persiguieron cuando se colaba en las zonas oscuras. Lo querían, lo pedían a gritos, lo necesitaban, lo deseaban y obviamente lo obtendrían, porque ellos eran inteligentes y fuertes, ellos eran la nueva especie emergente de las zonas radioactivas de Chernóbil, ellos eran los Radiactivos. Y creían que aquel hombre era su Génesis, pues había creado una sustancia que los fortalecía más.
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Radioactivos II: Era Radioactiva.
Mystery / ThrillerDespués de la aprobación de la proteína que protege al ser humano contra la radiación, surge la Nueva Pripyat, reconstruida sobre los escombros y renaciendo como una nueva población buscando ese tan anhelado futuro utópico. No obstante, su renaci...