XXVI. "Radioactivos"

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Treinta años atrás, cuando ocurrió el desastre nuclear, se le obligó a la población de la ciudad de Pripyat al abandono del sitio, esta expulsión provocó la destrucción de familias y redes sociales de comunidades enteras y de lugares de trabajo, y expuso a las personas reubicadas al resentimiento y ostracismo en las nuevas localidades, donde los lugareños les trataron, con razón, como intrusos privilegiados y raros. E incluso les llamaban radioactivos. Ahora, con la nueva explosión el gobernador se rehusó a la reubicación, esta vez quería mantener a la población en cuarentena, saber qué sucedía si la gente permanecía en Pripyat. Grave error.

Ya eran casi las tres de la madrugada, el viento frío se colaba en la Plaza del Renacimiento, pero las labores continuaban. Nadie se detenía. Tenían mucho que resolver, mucho que aclarar. A esa hora de la noche, con el cielo así de claro y la luz de la luna así de brillante, el paisaje parecía casi mítico, lleno de neblina nocturna y luciérnagas; las copas de los árboles se balanceaban y se mecían con el viento, extendiéndose más allá de donde alcanza la vista.

Lucas abrió los ojos, notó cómo le pesaban loa párpados y se esforzó un poco más para lograr abrirlos por completo. No entendía la razón de su cansancio. Estaba agotado. Recobró la consciencia en unos segundos provocándole un ligero dolor en la sien tras los recuerdos. Entonces se incorporó. Miró a sus amigos: Brad y Nelly. Juntos. Abrazados. Brad descansaba la cabeza sobre el hombro de la chica, mientras sus brazos se entrelazaban ente sí. Ambos descansaban serenamente, como si los acontecimientos ocurridos horas antes nunca hubiesen pasado. Lucas dejó escapar una sonrisa. Sus amigos dormían como tórtolos enamorados.

De pronto, un haz de luz naranja atravesó por el local, penetrando las persianas e iluminando en tan solo segundos una franja de la fachada. Lucas McGregor observó los cientos de almas, incluidos soldados y médicos, que transitaban por la calle. Franqueó la cabeza y torció el labio, dubitativo sobre si el ataque de las bestias fue tan solo un sueño suyo o una realidad. Una tétrica realidad que le ponía los pelos de punta solo pensarlo. Miró de nuevo al par de chicos acurrucados cariñosamente.

—¡Hey! ¡Tórtolos! —llamó con firmeza, pero en tono suave y dulce, como un padre levantando a sus hijos por las mañanas—. ¡Brally! —les dijo, aludiendo ese nombre como un acrónimo para su relación. Soltó una risa. Ninguno se despertó—. ¡BRAD! —clamó con voz fuerte. Davis abrió los ojos, semidormido. Retiró su cabeza del hombro de la chica y ésta sintió el movimiento, despertándola.

—Lucas, ¿qué ocurre? —preguntó entre bostezos.

—Algo ocurrió afuera, ¿no quieres saber de qué se trata?

Luego de veinte segundos los chicos se pusieron de pie y estiraron los huesos.

—¿Cuánto tiempo estuvimos aquí? —cuestionó Nelly apenas recobrando la consciencia.

—Yo diría unas dos o tres horas, quizá más —respondió McGregor y se encaminó a la puerta. Abrió las persianas y notó el centenar de personas en el parque central—. ¡Qué cojones! —farfulló entonces.

Salieron del lugar, la calle Kurchatovio estaba concurrida. Unos médicos, tal vez enfermeros, corrían de aquí para allá. Los soldados vigilaban la zona, desde las azoteas hasta los callejones, todos portaban un rifle de asalto en la mano. Aunque nadie parecía inmutarse por aquellas armas. Los tres chicos, boquiabiertos, observaron detenidamente: la energía estaba de vuelta, los faroles encendidos de una cálida luz púrpura y un ruido excesivo a pesar de la hora, aun así, el ambiente se sentía oscuro. Lúgubre. Y un viento que soplaba con vigor.

Un hombre caminaba tranquilamente por el lugar, en busca de algún sitio donde pasar la noche, una cama caliente o una tienda de campaña, lo que sea. Detuvo su búsqueda cuando observó, desde el otro extremo de la calle, a unos doscientos metros distantes, al trío de jóvenes que daban cara a la noche postapocalíptica. El hombre no tenía vista de halcón, pero desde su sitio reconoció a uno de aquellos jóvenes: Davis. «¡Touché!» Pensó y sonrió. Se encaminó pues a los jóvenes. El trío continuaba mirando, sorprendido, cuando este hombre les habló:

Radioactivos II: Era Radioactiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora