XXXI. Exterminio (Parte II)

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Nelly e Irina subieron con prisas las escaleras hacia la planta donde se hallaba el departamento de Davis. Entre jadeos y mechones sudados ingresaron a la habitación sin más. El lugar estaba en silencio y sentado sobre uno de los sillones se encontraba Bernardo Davis, su expresión preocupada angustió todavía más a las chicas que venían de una escena extraña. Tras él Kyle Fernández, Priscile Fábregas y Raphael Jonhson se comían las uñas de la angustia. El hombre mayor las miró y no preguntó sobre sus caras estupefactas, solamente torció el labio.

—He llamado tantas veces y no responde nadie —comentó mostrando el aparato en su mano, preocupado, al borde del llanto—. ¿Será que ya están muertos? —preguntó más para sí mismo soltando el Walkie Talkie—, ¿O lo encontraron?

—Lo lograrán —intentó consolar Nelly.

Justo entonces el aparato chisporroteó asombrando a todos. Sus corazones galopaban de los nervios.

—«Hola, ¿alguien me copia?» —se escuchó una voz temblorosa—. Estamos todos bien —anunciaron—. Vamos de regreso.

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Entreabrió los ojos recobrando la consciencia. Primero notó una luz blanca y tenue. Escuchaba voces al fondo, motores rugiendo y gritos de órdenes. Abrió los ojos por completo y un dolor en la sien le estremeció. Gruñó ante ello. Se le durmieron las piernas y le dolía el cuello. Observó su panorama: una habitación de paredes oscuras, una gran mesa de caoba frente a ella, a su izquierda una inmensa puerta doble que dirigía al balcón. El lugar estaba vacío y silencioso. Aunque los ruidos del exterior se colaban entre las puertas entreabiertas.

Drasten Mendelevio ingresó entonces a la habitación, dando órdenes a un par de hombres militares que se hallaban tras él. Con ellos ingresó un olor a cigarro bastante fuerte.

—¡Es imposible que Dmytro se esconda en este sitio! —masculló sin darse cuenta de que la doctora Cartman había despertado.

—Esta ciudad tiene muchos lugares secretos, general. —habló uno de los hombres con una voz nerviosa y ronca—. Le aseguro que puede esconderse —Drasten gruñó al no agradarle el comentario del hombre. Aunque lo aceptó sin más.

—Sigan buscando —ordenó cansado. Asentando los puños en la mesa con fuerza. Aguantando las ganas de lanzar un grito encolerizado de rabia.

La mujer atada al otro extremo de los tres hombres sintió un hormigueo en la garganta, intentó resistirse a no soltar ningún sonido que delatase que ya estaba despierta, sin embargo, el hormigueo se intensificó hasta soltar una tos para aclararse la garganta. Esto llamó la atención de los presentes. Mendelevio hizo una señal a sus hombres de que los dejaran solos, ellos obedecieron enseguida y se retiraron. Drasten entonces se encaminó a la mujer. La rabia podía vérsele en los ojos. El corazón comenzó a acelerarse, tenía miedo.

—No me hagas daño —apenas logró decir para cuando el hombre ya se hallaba a unos escasos pasos de ella—, por favor —Drasten esbozó una sonrisa cínica.

—¿No te haré daño? ¿Después de tu intento de huida? —masculló entre dientes, a leguas se notaba que el hombre se resistía por reventar toda su rabia contra la mujer. Se estaba controlando. Y Andrea asustada solo le miraba, al borde del llanto.

—Yo...

—¡NO HABLES! —refunfuñó con enojo—. No intentes inventar excusas —siseó apartando la vista de ella. Resopló.

—Dmytro me advirtió...

—¡¡¡CALLA PERRA!!! —vociferó y enseguida le apretó las mejillas con su enorme mano derecha. Sudaba ira y la mujer lloraba—. Ese otro idiota no tenía nada que advertirte. ¡Eres parte del plan! —apretó con más fuerza. La doctora cerró los ojos y soltó un gemido de dolor.

Radioactivos II: Era Radioactiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora