La casa 213 y algunos secretos...

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Ese enorme doberman. Quedé como roca. Peor aún. Si despertaba sería el fin. El perro (cuyo nombre era Knurren) conocía a Julián pero me desconocía a mi, justo antes de que se levantara e intentara atacarme, Julián se acercó y susurró suaves palabras en su oído para tranquilizarlo y al mismo tiempo, acariciaba su áspero pelaje.

Como era de esperar, la puerta trasera, estaba abierta. La casa era un verdadero desastre, la sala ni siquiera tenía piso, concreto, azulejos o lo que sea, era vil tierra y uno que otro pasto crecido por ahí. Sobre la mesa, había libros y revistas viejos carcomidos por la humedad. Un viejo retrato y muchas botellas de cerveza vacías o a medio terminar. Sobre el sillón había una caja de pizza con pizza a punto de pudrirse y un montón de juguetes de bebé regados por todo el suelo.
La cocina, era la única zona de la casa que parecía tener piso. Estaba mal puesto pero había por lo menos una superficie. ¿Hace cuánto no lavaban los platos? Apestaba horrores. Miles de hormigas invadían el lavadero, los platos y vasos habían adquirido un color negruzco. Llevaban tanto tiempo ahí que podía distinguirse a la perfección cuales eran los vasos que recién habían dejado en el fregadero. La estufa estaba llena de cochambre y los estantes para platos casi vacíos. A lado de las escaleras, había unos escalones que conducían a el sótano. Julián me hizo una seña para bajar. Lo seguí con linterna en mano y descendimos.
Mi corazón latía cuatro mil veces por segundo, no quería ser descubierta por qué además de quedar en ridículo de todos, no tendría motivo para justificar nuestra intromisión en esa casa; al llegar abajo, Julián hizo una mueca de desagrado, no eso no, era asco, me acerqué para ver qué sucedía y terminé por imitar su expresión. Si creía que la cocina estaba sucia, ¡esto era cien veces peor! No soporté el hedor, tuve que cubrirme con el dorso de mi brazo ya que la mano no era suficiente. Retrocedí decidida a abandonar ese asqueroso lugar pero a Julián, parecía no importarle en lo más mínimo, siguió caminando. Quería averiguar de dónde provenía esa desgracia.
Cajas, moscas, ratones e insectos muertos solo eso había. Me quedé parada conteniendo la respiración, mirando como mi hermano buscaba sin éxito el origen de esa putrefacción. Yo solo miraba y jugaba con la linterna al rededor de el lugar. De pronto algo llamó mi atención, en la esquina de ese sótano que parecía no tener fin, había un escritorio extremadamente femenino, alegre y pulcro. Sin más me acerqué.
-Libia no veo nada, dame la linterna- susurró Julián
-Hey, mira esto- , dije apuntando en su dirección y marcando el camino hacia ese bello escritorio. En un florero, había unos hermosos tulipanes que (podía asegurar) no llevaban ni medio día ahí. En un vaso colorido, un montón de lápices del mismo tamaño y con una punta perfecta, hojas color pastel y una libreta en el centro abierta. Me acerqué un poco más y descubrí en ella una caligrafía extraordinaria.
Julián y yo intercambiamos una mirada esperando que alguno dijera algo. Nada. Claro, ¿qué podíamos decir? ¿Como era posible que hubiera un lugar tan recto cuando todo el resto de la casa era un verdadero lío? ¿Por qué se molestaba fuera quien fuese en mantener ese rincón con extremo orden?
Julián, caminó rodeando la mesa y se sentó en el sillón del escritorio. Era un sillón hermoso, era color beige con unos toques de dorado en las costuras. Mientras yo admiraba cada detalle ostentoso y delicado de el sillón, mi hermano daba de vueltas en el. Caminé por detrás de él y me dirigí a el buró que estaba a espaldas de el sillón. Ese Buró era una obra de arte. Una sola pieza de madera tallada a mano, cada cajón tenía una cerradura de oro en forma de flor, al tocarlo mis dedos temblaban aún así logré aferrarme a una cerradura y tiré de ella. Encontré un montón de carpetas de distintos colores opacos perfectamente bien ordenados.

Quedé boquiabierta al descubrir que las carpetas eran expedientes de los pacientes  de la doctora Emilia Yano. Revisé uno por uno. Mi corazón casi dio un vuelco. Tiré la linterna.
-Libia ¿qué pasa? No hagas ruido-Sentenció mi hermano volviendo a la realidad. Yo no reaccionaba no podía creer lo que veía. Cuando Julián se hincó junto a mí para ver lo que pasaba, su rostro cambió, tragó saliva y me miró.
-Libby lo siento tanto
Yo seguía sin reaccionar. Entonces él también lo sabía ¡él lo sabía y no me dijo!
Cerré el expediente, me paré de un salto y salí de la casa.

Los vecinos de la casa 213Donde viven las historias. Descúbrelo ahora