El amargor del chocolate

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Llegando a casa, lo primero que hice fue despedirme melancólicamente de Crover, de el jardín (que por años había trabajado y cultivado) y por ultimo, entre a mi cuarto. Al abrirlo inevitablemente gotas de agua resbalaron de mis ojos hasta mi barbilla. ¿Sería esa la ultima vez que entraría? No podía contestar eso. Antes de entrar lo miré como si no lo conociera. Ese no parecía mi cuarto. Lo recorrí como si fuese la primera vez que lo hubiera visto. Experimente una sensación extraña e inexplicable. Era una mezcla de aflicción y melancolía; una tristeza demasiado fuerte que me impedía respirar como era debido.
Bajé por una soda a la cocina, entré a la alacena y en un plato puse mis golosinas preferidas, incluso tomé las que no debía. Mamá guardaba golosinas eran exclusivamente para cumpleaños y momentos de gran festejo.
Regresé a mi habitación y me senté en mi cama sobre mis piernas. Como siempre, mis ojos perseguían desesperadamente el color verde de el pasto y los picos altos de las montañas. Cerré los ojos. Quería recordar el último momento viendo ese espectáculo de colores, olores y frescura natural. Comencé a llorar. Cambié de posición y abrace mis piernas lo mas fuerte que pude mientras sollozaba en silencio. No quería irme. Fue la primera vez que acepté que ese era mi hogar. Mi verdadero hogar.
Seguí llorando hasta que, sin darme cuenta, había empezado a comer las golosinas que estaban en el plato. Era increíble como el mejor invento gastronómico que se le había ocurrido al hombre, supiera tan insípido y no me provocara ninguna reacción o sensación. Aparté el plato y me puse boca abajo. Lloré sin parar hasta que recordé que debía hacer maletas. Tomé una maleta y comencé a vaciar el buró. Cada objeto tenía un significado muy valioso para mi. No pensaba dejar nada en absoluto. Increíblemente, mi llanto había cesado. Eso no duro mucho. Al jalar la maleta que estaba en la repisa mas alta, un cuaderno calló sobre mi cabeza:  El cuaderno de amistad que habíamos armado Lotty y yo juntas hace mucho tiempo. Ni siquiera lo recordaba. La tristeza me invadió. Recuerdos felices bombardearon mi cabeza y me fue imposible contenerme. Una lágrima tras otra caía sobre mi rostro dejándolo pañoso y húmedo.
Ojeé el cuaderno que decía nuestras fechas de nacimiento, gustos, amores, hasta un mechón de cabello de cada una estaba en ese cuaderno. Dibujos y cartas que o ella o yo habíamos escrito, estaban ahí pasmados en el tiempo, convirtiéndose en el pasado.
Sin pensarlo dos veces, metí en la maleta esa preciosa libreta y proseguí con mi labor.
-"¿Necesitas ayuda?"- era Julián, recargado en el marco de la puerta, apoyándose sobre su pie.
Lo miré sonriendo tristemente. Creo que adivinó mi gesto, por que entró con paso apretado y me tomó en sus brazos como hacen los pájaros para cuidar a sus polluelos.
-"Todo estará bien Libby. Hay que ser fuertes, no permitiremos que las niñas nos vean bajar la guardia. Si nos ven tristes, llorarán también. En cambio si fingimos alegría, estarán de acuerdo en partir"
Me desprendí lentamente de mi hermano y seguí con la maleta. Dio media vuelta y antes de salir, me entregó una caja de zapatos.
-"No creo que quieras olvidar esto"- dijo entregándome la caja, que por cierto, pesaba un poco. La recibí y él siguió con su camino. Cuando hubo salido, caminé a la puerta y la cerré.
Al abrir la caja, encontré mi cámara profesional, una película que contenía imágenes de mi niñez, un álbum de fotos y la muñeca de porcelana que papá me había regalado en Navidad cuando tenía cinco años.
¿Como era posible que no recordara aquellas cosas? ¿acaso iba a dejarlas?
Corrí a agradecerle a Julián, por haberme entregado la caja y regresé a terminar con la maleta.
Cuando hube terminado, Julián subió las maletas de todos en la cajuela, mientras yo, ayudaba a las gemelas a subir al coche. Giré la cabeza. Me topé con los últimos rayos del sol, escondiéndose entre las montañas. Sonreí al darme cuenta que podría guardar esa imagen en mi memoria por siempre. Subí al auto y todas comenzamos a llorar. Julián, se tragaba las lágrimas, pero se que deseaba sacar todas esas malas noticias de una vez por todas.

Llegando a casa de tía Reneé, comimos un panqué que ella había preparado durante nuestra ausencia. Lo comimos mas por educación que por hambre. Yo no tenía ganas de nada. Subí a ducharme de mala gana, me puse la pijama, me seque el cabello, y entonces entraron Ellie y Minna.
-"No queremos irnos Libby"- comenzó Ellie, Minna por otro lado, sin decir palabra se echó en mis brazos, y comenzó a llorar. Ellie, (después de dudarlo un poco) hizo lo mismo que Minna. Yo seguía sin decir nada. ¿Que podía decirles? ¿Que volveríamos cuando probablemente nos quedáramos allá de por vida? No quería mentirles, pero tampoco desalentarlas. Finalmente respondí:
-"Tampoco yo quiero irme. Debemos hacerlo. Esta será una gran aventura. Imagínense: podremos ir a la playa cuando se nos apetezca, comerán pescado todos los días si así lo desean, nunca les dará frío y conseguirán muchas amigas"
Fue como si hubiera dicho un conjuro mágico, por que ambas, se entusiasmaron tanto, que olvidaron por completo que Crover se quedaría, salieron de el cuarto de baño sonrientes y se plantaron a ver   "El rey león" como si nada hubiera pasado.
Me acurruqué en la cama que compartiría con mis hermanitas y empece a ver un poco de televisión. Mi cuerpo no aguantó más y me quedé completamente dormida

Los vecinos de la casa 213Donde viven las historias. Descúbrelo ahora