Día 4

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El muchacho se encontró en una oscuridad infinita, intentó recordar qué hacía allí, pero le fue imposible. Todo estaba borroso en su mente. Intentó moverse, pero no pudo; intentó hablar, pero no funcionaba. Era como estar allí, pero sin estarlo realmente. Él antes había experimentado esa soledad. Cuando de pequeño había tenido que arreglárselas para solucionar sus problemas por la ausencia de sus padres, sin embargo, él usualmente lo tomaba como algo bueno. Quizá de esa forma aprendió a valerse por sí mismo y a crearse una posición ventajosa sobre las demás personas. Pero quizá también eso lo había relegado a ese rincón oscuro que conocía tanto. Donde estaban sus auriculares, su IPod y un grueso y amarillento libro que unas veces era literatura, psicología, física, matemáticas, pero que siempre representaba compañía, de alguna extraña y silenciosa manera. Siempre había preferido la tranquilidad de unas páginas y una melodía, donde encontraba refugio, a las personas que estaban allí, pero él no las veía. Esas pequeñas cosas materiales que representaban su ser le parecían más confiables que la gente que miraba a su alrededor: llenos de prejuicios y discriminación sin sentido. Rasgos que habían resaltado en tantas cosas que al pasar los años había aprendido a odiar, no solo en el pasado, sino que en su presente inmediato. Detestaba la actitud de las personas hacía él: esas miradas elitistas y despreciativas. Era como si de alguna manera sintieran que su existencia fuera más importante que la de él. Su actitud arrogante solo le inspiraba desprecio por las personas. Los adultos especialmente. Ese día, en aquel momento sin luz, solo pudo desear una salida a todo aquello, una solución a su oscuro mundo de soledad. Escapar a otro universo.

De pronto, un pequeño haz de luz se divisó, sintió que era su camino a la libertad, pero aún no podía moverse. La luz se hizo más grande y supo que lo alcanzaría. Cuando se expandió hasta donde estaba él, una extraña sensación le invadió. Era como ser levantado por una fuerza poderosa, como ser halado hacía arriba. Sintió un tirón y de repente todo desapareció.

Despertó en una pequeña sala suavemente iluminada, su espalda dolía un poco por lo rustico del colchón de aquella cama improvisada. Una sonda salía de su muñeca izquierda y a su lado había un trial con un suero. Fue entonces cuando supo que estaba en una pequeña habitación de hospital. Solo recordaba haber estado en casa, dibujando, sus padres llegando y luego esa conmoción extraña en su cuerpo lo había hecho caer. Después todo estaba en una nube.

Allí había un modesto escritorio sobre él una computadora que a él le pareció algo ostentosa junto a un péndulo de Newton; una silla, y otras cosas que le parecieron demasiado banales para notarlas.

Dolía.

En diferentes partes, dolía.

Miró instintivamente su reloj. 6:15

«Tarde. Llegaré tarde»

Intentó levantarse. Llevaba una extraña bata blanca con pequeñas motas de colores. Inmediatamente se sintió extraño. No tenía idea de en qué momento se la habían puesto. No pudo lograrlo. Esforzarse era un trabajo doloroso. Lo intentó de nuevo, esta vez bajó sus pies primero, luego como pudo estuvo sentado en aquella delgada cama. Era bastante alta por lo que sus pies apenas rozaban el piso. Se mareó.

Buscó algo con lo que afianzarse y levantarse, le molestaba la aguja en su mano por lo que la arrancó de mala gana dejando un pequeño hilo de sangre. Un dolor punzante apareció, pero no le hizo caso, tomó el trial para poder usarlo como bordón. El adormecimiento que sentía incluso le evitaba ver bien.

«¡Diablos! Los lentes.»

No estaban por ningún lugar. Alguien se los había llevado.

Continuó caminando. Ahora sintió su pierna derecha doliendo. No entendía por qué dolía todo. Al llegar al centro de la sala se desplomó en el piso de rodillas. Estaba frío. Las baldosas eran de un color amarillento con pequeñas formas negras. Hizo un esfuerzo inmenso para ponerse de pie nuevamente, ya cuando lo había logrado la puerta se abrió.

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