Día 3 - La oscura Verdad

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Era muy difícil darse cuenta a primera vista que era lo que ocurría con Jack, había algo que no estaba bien en su comportamiento y este hecho se evidenciaba cada vez más, quizá las personas que le rodeaban no lo notaban, pero él sentía una sombra, una oscuridad cercana, él sabía que algo sucedía. Con el paso del tiempo esto se manifestó sin aún llamar la atención: el muchacho se hacía cada vez más cerrado a opiniones ajenas, se centraba únicamente en su existencia y en como repararla; él estaba solo en su universo y estaba a punto de descubrir la razón, el porqué.

El miércoles Jack no fue a la Universidad, puesto que era un día en el que se conmemoraba una fecha festiva y se decidió darle descanso a los estudiantes, él se encontraba en su casa, estaba solo, como lo era usualmente esto debido a que sus padres, el señor Alfred Stein y la señora Jane de Stein pasaban casi la totalidad del tiempo fuera. Tres días atrás habían salido de la ciudad por negocios debido a que ellos se dedicaban la mayor parte del tiempo a la venta de mercancía (ropa, zapatos, etc.), por lo que el muchacho estaba acostumbrado a esa situación. El día comenzó de manera normal para Jack, estaba levantado temprano en la mañana, como era tiempo libre, decidió limpiar el relativo desorden de su habitación, se aseó y desayunó, luego de las extenuantes rutinas de la cotidianeidad, Jack desempolvó su tabula rasa portable (pizarra en blanco), la colocó en su sala de estar, y conectó su reproductor de música a su equipo de sonido. La melodía que se reproducía en aquél preciso momento era la hermosa aria de la opera Norma, una aria -como diría Jack-, tan meliflua, tan preciosa, como una mañana en primavera, la obra de Bellini que hacía alarde a la exaltación de la belleza era exactamente lo que Jack necesitaba para inspirarse y con una obra tan calurosa sería también lo esencial, puesto que la temperatura era de 2 grados Celsius. La mañana había avanzado, su reloj alemán daba las 10:05

Mientras la música sonaba, Jack empezó a dibujar en su espacio en blanco favorito de todo el universo, lo que según él era el momento de la creación general: El Big Bang. Comenzó, con sus marcadores especiales, a dibujar un punto central y fue haciéndolo más grande mientras la música le inspiraba. Según se conoce, la energía fue acumulándose y no podía evitar imaginarlo, podía sentir como se cargaba aquel punto que ahora era del tamaño de una pelota de ping pong. Él trataba de comprender qué fuerza había sido capaz de originar tal explosión, lo buscaba de manera incesante. Y no era el único. Como aumentaba el ritmo de la música, el pasó a la siguiente fase, la energía estaba tan presionada que explotó dispersándose y tomando toda clase de formas, el joven pudo visualizarlo como partículas de energía salían en todas las direcciones y dando paso a todo lo que existe. Justo cuando parecía comprender el dilema, una llamada de teléfono captó su atención. Su padre le hablaba del otro lado.

— ¡Jack ven a abrirnos la puerta, nos estamos muriendo del frío! -Sus padres regresaban a casa-.

«Vienen antes de tiempo».

Pudo oír el sonido de la puerta siendo tocada.

— ¡Voy! –Contestó-.

Sonó impaciente. No le gustaba ser interrumpido.

La música siguió sonando.

Mientras el joven Jack se dirigía a la puerta, notó como algo extraño sucedía en su cuerpo, esto no parecía nada bien, sus manos temblaban; sus rodillas se tambaleaban y cuando estaba cerca de llegar a su destino, su cuerpo colapsó sobre sí mismo y cayó encima de un estante de libros sus ojos estaban a punto de cerrarse y lo hicieron; siendo lo último que él escuchó Spargi in terra quella pace, una de las partes más bellas del aria. Jack se había desmayado, sus padres escucharon el fuerte ruido del estante al caer y rápidamente se acercaron a la puerta al observar que esta continuaba cerrada. Fue, Alfred, su padre, quien reaccionó primero.

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