II: Intrusa.

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C A P Í T U L O 2.

Jackie estuvo a punto de desmayarse al ver lo que había causado el ruido, o más bien a quién lo había causado.

Un hombre alto estaba a unos dos metros de ella, no portaba una camisa, en su pecho tenía figuras parecidas a unos tatuajes, pero Jackie sabía que no era tinta, era sangre.

En la parte inferior de su cuerpo tenía distintos tipos de tela unidos entre sí para formar una especie de short. Era algo muy raro, pero suponía que había unido distintas prendas ropas para crearlo.

No lucía demasiado grande, Jackie pensó que el atisbo de barba que poseía y el largo cabello lo hacía lucir un poco más viejo de lo que era. No podía tener más de veinticinco años.

Tenía una piedra tallada en forma de cuchillo en su mano y la miraba fijamente como si se tratarse de una intrusa. Después de todo, para él lo era.

—Hola...—Dijo Jackie esperando que el hombre hablara inglés.

—Vete de aquí—Le dijo el hombre asustándola, su voz sonaba profunda y enojada.

—No puedo irme, yo...

—Entonces ve y ahógate en el mar, pero aléjate de aquí—Le respondió.

Jackie se quedó callada sin saber cómo reaccionar a eso, tal vez él quería estar solo, tal vez era su propiedad privada. Pero si fuera así, no estaría vestido de esa manera.

¿Y si es caníbal? Pensó Jackie aterrada. Tal vez le había dicho eso para que la encontrara ahogada y después pudiera comerla.

Jackie sacudió la cabeza ante esos pensamientos y vio cómo el hombre había caminado hacia su derecha, los músculos de su espalda se contraían al caminar.

Ella pensaba que era atemorizante, pero no tenía otra opción, no quería estar sola en una isla casi desierta.

Así que lo siguió y caminó unos cuantos metros más hasta ver cómo el hombre llegaba a una pequeña casa hecha de hojas y los troncos de las palmeras.

La casa se apreciaba bien hecha, parecía que podía aguantar hasta una fuerte tormenta, Jackie suponía que aquel hombre era quien la había construido.

La casa estaba alejada de la orilla del mar, pero no estaba demasiado adentrada en la vegetación de la isla tampoco.

Jackie vio al hombre mientras este tomaba un pescado que estaba encima de un pedazo de madera en forma de plato. Ella pudo ver que aquel hombre había pasado muchas horas tallando piedra y madera para crear utensilios.

El hombre, sin darse cuenta de que ella estaba espiándolo desde una gran roca, comenzó a quitar las escamas del pescado con la piedra afilada que había visto antes.

Cuando terminó de quitar todas las impurezas, dejó el pescado sobre el plato y fue unos tres metros lejos de la casa donde había un montón de madera y hojas secas. Frotó con bastante fuerza dos rocas y saltó una chispa que prendió fuego a las ramas.

La fogata era grande, Jackie quería acercarse y sentir el calor del fuego, pero le daba miedo estar cerca del hombre. No sabía de qué era capaz.

Su pierna aún dolía mucho, no quería que fuera a empeorar, así que se sentó en la arena aun pudiendo ver al hombre sin que él pudiera verla a ella.

Puso el pescado encima de la fogata y Jackie vio cómo comenzó a cocinarse y tomar otro color. El estómago de ella rugió de nuevo. Iba a morir de hambre si no comía nada, tal vez regresaría por plátanos en un rato. Pero el pescado lucía tan delicioso que los plátanos ya no era lo que quería.

Jackie estuvo un rato más ahí sentada, quejándose del intenso dolor de su pierna, mirando al hombre hacer su propia comida.

Mientras ella lo miraba, pudo ver que las facciones de aquel aterrador humano, eran delicadas, su piel estaba tersa a pesar de tener contacto diario con la naturaleza.

Su cabello largo estaba rizado y las figuras dibujadas en su cuerpo lo hacían lucir como un nativo de esa isla.

Jackie se puso a pensar un poco asustada en la sangre con la que esas figuras estaban marcando el cuerpo del hombre. Esperaba que fueran de algún animal.

Ella se preguntó a sí misma, cuál habría sido la historia de ese hombre, cómo era que había terminado en esa isla como ella, pero su duda más grande era cuánto tiempo llevaba ahí y cómo era que había logrado sobrevivir.

Por lo que veía él debía de estar bien adaptado, y debía saber muchas cosas para vivir diariamente. Jackie se preguntó si él tenía la esperanza de salir de ahí algún día.

Después de unos minutos, ella no aguantó más el hambre y no quería acercarse a pedir lo que cocinaba aquel hombre, seguro que la espantaba de ahí.

Así que se levantó y caminó lo más rápido que su pierna lastimada la dejó, tomó unos cuantos plátanos y regresó hasta la misma piedra para seguir espiando al hombre.

Él estaba comiendo ya ese pescado, Jackie frunció el rostro frustrada por no poder comer eso, ella ni siquiera podría pescar un pez o hacer una fogata.

Ella comía la fruta mientras veía al hombre terminar su pescado, había comido demasiado rápido. Ella se sintió mal al pensar que él no comía bien desde hace tiempo y que probablemente ella sufriría lo mismo en los siguientes días.

El hombre se levantó del tronco cortado que usaba para sentarse y se adentró en la choza, como Jackie pensó que era mejor llamarla.

Luego salió uno segundos después con un tronco en forma de tazón y se acercó hasta la orilla del mar a conseguir agua.

Regresó hasta la fogata y estuvo unos minutos ahí sintiendo la calidez del fuego, Jackie esperaba que no la apagara y pudiera acercarse cuando él se fuera. Pero sus esperanzas se apagaron al igual que la fogata unos segundos después.

El hombre regresó a su choza después de eso, el sol estaba comenzando a ocultarse. Jackie pudo ver una magnifica puesta de sol, o al menos el principio porque se aterró tanto de estar ahí sola en la oscuridad.

Se acercó a la choza despacio y al ver los últimos segundos de la puesta del sol abrió la que se suponía era la puerta de la casita. Dentro de ella estaba el hombre, quien la miró enojado en el momento que la vio entrar.

— ¿Qué crees que estás haciendo aquí, intrusa? —Hablo él más enojado que antes.

Ella frunció el rostro por como la había llamado confirmando sus sospechas de antes. Él la veía como alguien molesto que no pertenecía así.

—No soy una intrusa—Susurró ella—Tengo frío y no quiero estar sola afuera, me llamo Jackie y...

—No me interesa lo que sientas o cómo te llames—Le interrumpió bruscamente—Largo de mi casa.

—Pero...

— ¡Largo! —Gruñó él con una voz realmente profunda y atemorizante.

Jackie no tuvo más remedio que salir de la choza, levantó dos hojas enormes de una palmera que estaban tiradas cerca de ahí, y se acostó en una de ellas cobijándose con la otra afuera de la choza, quedándose dormida poco después con su pierna causándole molestia. Esperaba que no la corriera lejos de ahí también.

***

Nota: eh aquí este nuevo capítulo ¿les ha gustado? :)

Estoy aprovechando que aún no comienzan las tareas pesadas (aunque creo que eso solo durará una semana) para poder subir lo más que pueda. Creo que después de la otra semana comenzare a subir cada siete días. (Aunque es casi normal que aunque esté de vacaciones actualice cada semana lol).

Espero poder subir en menos tiempo.

Las quiero.

   — K. 

Marine HavocsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora