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Dejé caer otra lágrima sobre su tumba, para después dejarle una rosa blanca encima de ella, tan cautelosamente como si en cualquier momento aquella bella flor se fuera a romper en miles de pedazos.

Como mi corazón cuando ella se fue.

Hoy era el único día del año en el que venía a visitarla y en el cual, aquella herida que había dejado cuando se fue y apenas se estaba cerrando, se abría de nuevo, como si alguien la jalara hacia los lados abriéndola lo más posible.

Se sentía horrible.

Limpié bruscamente otra lágrima que resbalaba en mi mejilla.

Ni si quiera mi padre había recordado su aniversario, a veces pensaba que él podía ser el imbécil más grande del mundo, pero si a él no le importaba, no era mi problema, a mí en verdad me importaba.

Me prometí a mí mismo que jamás lloraría por cosas insignificantes, sólo por cosas realmente importantes las cuales valía la pena derramar lágrimas.

Pero es que ella es una de aquellas cosas las cuales son realmente importantes.

Empecé a caminar de nuevo a mi casa recordando aquellos bellos momentos que pasamos juntos.

Y empecé a llorar de nuevo, dejándome caer en el frío pavimento queriendo que todo se acabara.

Extrañaba tanto a mi madre.


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