I

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Habían pasado dos días desde que había visto a aquel joven en el café, también dos días desde la última vez que había ido. No porque temía encontrarlo, lo consideró algo un tanto infantil luego de pensarlo un tiempo, sino que estaba terminando uno de los proyectos —para su suerte, el último proyecto— de su último año de universidad. Estaba por graduarse en Artes y Dibujos, quizá pronto dejaría su empleo y podría ejercer clases como profesora de dibujo.

Se había levantado temprano para acabar con lo último, revisar tanto lo teórico como lo práctico y asegurarse de que no hubiera error alguno. Estaba exhausta y era consciente de que debía tomarse un descanso; su madre se lo había dicho poco tiempo atrás, cuando había ido a visitarla.

Tomó algo de dinero y se cambió. Hacía tiempo que no iba al café, era barato y podría tener una merienda decente luego de un par de días casi sin comer de los nervios.

Cruzó la calle y entró en aquel lugar en el que pasaba gran parte de sus tardes o noches luego del trabajo y los estudios. Como era costumbre, entró y con la mirada buscó una mesa contra la pared, cerca de la ventana. Por lo general se quedaba en aquella zona, no sólo por ser la más tranquila, sino porque le quedaba más cómoda al momento de trabajar o estudiar con la computadora. Cuando una de las meseras trajo el menú, sonrió y negó, sabía el menú de memoria de todas formas, así que simplemente ordenó lo de siempre: un café cortado con un poco de leche y un tostado. Después de todo se lo podía permitir, al ir a una universidad pública y mediante transportes públicos, incluso si quedaba lejos, se ahorraba bastante dinero.

Desbloqueó la pantalla de su celular y revisó los mensajes mientras esperaba su pedido. Continuó haciéndolo hasta que se aburrió y decidió observar, observar la gente que había en el lugar, la gente que pasaba frente al local. Simplemente observar. Para cuando su pedido llegó, no tardó en hincar el diente a su tostado. Quería probar el café, pero estaba tan caliente para su gusto que más que endulzarlo no podía, así que los siguientes minutos fueron gastados en mordidas al sanguche y el constante y vago golpeteo de la cuchara de aluminio con la gran y redonda taza de café, esperando que al revolver tardase menos en llegar a una temperatura agradable para ser bebida sin inconvenientes o quemaduras en la lengua y garganta. Mientras continuaba con su aburrida tarea, vio un movimiento que llamó su atención, provocando que su mirada fuera dirigida hacia el lugar.

Procuró y se repitió a si misma que debía controlar sus expresiones, porque estaba segura de que sus ojos se habían abierto un poco más de lo normal delatando su sorpresa al ver al joven de ojos rasgados justo en la mesa frente a ella. Literalmente, estando frente a ella, sonriendo.

Incluso si ya había pasado la época de la vergüenza y los sonrojos, estaba segura que sus mejillas habían tomado un poco de color. Estaba más que segura de que él la recordaba.

Tomó un sorbo de su café, que para su suerte se había enfriado un poco. No quería mirarlo. Bueno, sí, pero tenerlo en frente... Sus miradas se podrían cruzar y ya no sabría cómo reaccionar.

Miraba constantemente a su celular, como si fuera lo más interesante que tenía, entrando y saliendo de aplicaciones, hasta que no aguantó y levantó la mirada. Mierda, pensó cuando sus miradas se cruzaron. Las comisuras de los labios del joven de elevaron levemente, formando una pequeña sonrisa, igual a la que se plasmó poco después en el rostro de Isa.

El chico del café [ Onew / Jinki ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora